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PROGOGO
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las cinco y media de la tarde de un día de invierno,
en que la nieve tapizaba las desiertas calles de la
villa y corte de Madrid, y en un elegante gabinete
de uno de los muy suntuosos hoteles de la Castella-
na, la hermosa Regina, joven de rubios cabellos, ojos azules,
labios de fresa, talle esbelto y sonrisa de angel, decía a la vez
que terminaba su tocado. |
—Desengáñese usted, querida tía: mi deber es acudir al.
lado de aquella criatura.
Estas palabras iban dirigidas a una señora anciana,
cuyos cabellos eran tan blancos como los copos de nieve que
en aquellos momentos revoloteaban por el espacio.
—Pero, hija, ¿no ves que está nevando? ¿No comprendes
que vas a ponerte perdida? Si al menos te vistieras otro traje
que el de novia...