LA MÁSCARA ROJA 25
Na, pero los disparos hechos por intervalos, y en todas direcciones,
aumentaban las bajas de un modo notable. ;
Ya no quedaba más que un oficial.
Aterrado, sin saber si retroceder ó avanzar, oyó á su lado una voz de
Írueno que decía:
—¡Ríndete á Navarro!
Y tras esta intimación, recibió un formidable trabucazo que lo hizo
Caer de espaldas al rio y puso en dispersión á los pocos soldados que aún
Se defendían.
Pero ninguno se pudo salvar.
El fuego que hacían los guerrilleros, les impedía seguir ninguna di-
tección; viéndose obligados para huir de una muerte segura á arrojar-
Se al río, donde todos perecieron.
El estruendo de los trabucos cesó por fin.
Los valientes guerrilleros, se internaron de nuevo entre los espesos
Olivares.
Sobre el brazo izquierdo de Navarro, se distinguía un uniforme de
Soldado francés.
V
RECOBRAR EL PLANO
_Acababa el arquitecto Rojas de rezar el rosario, en compañía de su
Criada y su criado, cuando llamaron á la puerta de la casa de campo.
—Cuidado, Clemente, —dijo sobresaltado el arquitecto.—No abras si no
Sabes quién es. Corren malos tiempos y ya es de noche.
Salió el criado y volvió á poco, diciendo:
—Es un soldado francés que viene de parte del capitán Gastén, según
Me ha dicho.
—Hazle que entre. Ya sé quién es.
A poco, entraba en el despacho Ricardo Navarro, vistiendo el unifor-
Me que había recogido de uno de los muertos aquella misma tarde.
T—¿Qué desea el capitán?—preguntó Rojas.
—Que me entreguéis el dinero que os dió por el plano que sabéis.
—¡Cómo!—exclamó sorprendido el arquitecto.