Full text: Al fin cogido (2)

LA MASCARA RuUJA 3 
enardeció á los paisanos que todavía conservaban la vida, acudieron á 
los cañones, y los franceses no tuvieron más remedio que retroceder. 
Ricardo estaba allí, y aun cuando fatigado y cubierto de sangre, re- 
unió á todos sus amigos y no se retiró hasta que el enemigo lo hizo. 
Al siguiente día se renovó la pelea, y tales prodigios realizó aquel 
pequeño grupo de paisanos y su joven jefe. que los generales franceses 
no pudieron menos de fijarse en él. 
El triunfo de los zaragozanos en este segundo día, fué tan grande 
como el primero, contribuyendo bastante para él la llegada de Palafox, 
que había estado reuniendo fuerzas, —según ya dijimos, —pidiendo auxi- 
lio á las ciudades aragonesas y catalanas, y consiguió poder regresar á 
la ciudad con algunos soldados. 
—Tened presente, tío Jorge,—decia Ricardo á su pariente, dos dias 
después del último combate, —que los franceses no se alejarán de Zara- 
goza, conforme creímos después de los dos escarmientos que han lle- 
vado. 
- Pus mira, maño, les daremos otro y otro, hasta que se cansen de 
recibilos. Y dime, ¿no has podido saber nadíca de aquel bribonazo, tu- 
nante, traidor, que prendió fuego á tu hacienda y...? 
—No me recordeis aquel día, vio Jorge, —repuso Ricardo, alzándose 
de su asiento, encendida la mirada y tembloroso el labio de ira.—NXo me 
lo recordéis, porque cuando pienso en ello, quisiera tener un poder so- 
brenatural para destruir en un momento, haciéndoles sufrir horrible- 
mente á todos los franceses que han entrado en España. No señor, no he 
sabido nada de él; aquel infame, después de haber realizado su inícua 
hazaña, después de haber aceptado la hospitalidad de mi padre que le 
habia acogido moribundo, al reunirse con sus soldados y emprender la 
marcha para venir á Zaragoza... 
—Si, ya sé lo que pasó. ¡Rediez!... maño... Ya comprendo que le 
tendrás unas ganas... ¡Pus mía tú que yo!... El placico más pequeño que 
haría de él si lo cogiera, sería asi. 
Y señalaba el tamaño de la falange de un dedo. 
—¿Pues y yo?... Cuando pienso que llegué á mi casa desde Bilbao, 
donde supe que Lefebvre se habia puesto en camino de Zaragoza, y vi 
Nuestra hacienda destrozada, robado todo cuanto en mi casa habia. mi
	        
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