Full text: Al fin cogido (2)

LA MÁSCARA ROJA 7 
de España, siguió paso á paso todas las incidencias que fueron ocurrien- 
do, y como no carecía de inteligencia, audacia y ambición, juzgó que 
podia obtener grandes favores uniéndose á su causa. ; 
Domingo Suárez, que asi se llamaba, era el confidente de quien se 
valía el general Lefebvre, y con el cual se entendía por medio de Mer 
cler. 
Conocido y presentado el personaje, escuchemos la conversación sos- 
tenida por el francés y el afrancesado. 
—¿Qué noticias tenéis que darme, señor Suárez?- preguntó el co- 
ronel. 
—En la ciudad, esos brutos paisanos míos, seducidos por las pala- 
bras de Calvo, Rogiero. Renovales y el marqués de Lazán, y en escala 
más inferior el tio Jsrge y ese Ricardo Navarro, que parece le ha vo- 
mitado el mismo infierno y le protege, persiste en la defensa á todo 
trance. 
—Y nosotros persistiremos también en los ataques hasta reducir á 
escombros la ciudad, —repuso Mercier;—con sesenta piezas de artillería 
y trece ó eatorce mil soldados, veremos como se defienden esos ilusos: 
—Pues se defenderán, porque son muy tercos mis paisanos. 
—Dejemos eso, y decidme ahora si habéis encontrado el ingeniero 
que pueda facilitarnos el plano que os indiqué. 
—Con ese objeto he venido. 
—(¿Tenéis ya el plano? 
—Le tendré, ó. mejor dicho, lo recibirá el capitán Gastón, que ya co- 
noce también al ingeniero, pues me ha acompañado para hacer el trato. 
—¿Y credis que con ese plano podremos, no sólo entrar en la ciudad, 
sino también dirigirnos á los puntos estratégicos y apoderarnos de ellos 
á fin de dominar á los defensores? E 
—Así nos lo aseguró el ingeniero. Mañana, á las nueve, el capitán 
Gastón, disfrazado con el traje de los labradores, y llevando la cantidad 
ofrecida, que se presente en la casa de campo que él ya conoce, y Rojas 
le dará el plano. 
—Si por ese medio podemos entrar en Zaragoza, podéis estar seguro 
señor Suárez, que los generales Verdier y Lafebvre, sabrán recompen- 
saros dignamente, 
—Con que me recomienden al emperador para que me otorgue en su 
día la gracia que le pediré, estoy satisfecho. 
—Todo lo obtendréis. Y, decidme otra eosa, señor Suárez; ¿podríais 
encontrar medio para que pudiésemos coger á ese tio Jorge, que tanto 
entusiasma á los zaragozanos? 
—El tío Jorge no sale de Zaragoza, y, por lo tanto, no es fácil co-
	        
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