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LA MÁSCARA ROJA
»¿En que cabeza cabe, que por perder el tiempo que perdiste para
salvar á doña Isabel, que al fin no pudiste conseguirlo, te pusieras al
frente de tu hueste ignorando cómo y en qué condiciones estaba el ene-
migo?
»Parece mentira que tú yue tantas pruebas tienes dadas de pruden-
cia y precaución, que has conseguido infundir espanto á los franceses
por tus golpes tan inesperados como atrevidos, coronados todos con feliz
éxito, hayas cometido esta grave falta.
»Es la primera vez que tengo que reprenderte porque también es la
primera vez, que hay tantas bajas en tu partida, y creo que será la últi-
ma porque tengo la seguridad, que tú más que nadie debe estar deplo-
rando lo ocurrido.
»Es necesario que te desquites de la pérdida anterior con un éxito
como los que siempre has tenido. Confía en ello tu amiga
«La Máscara Roja.»
k
*
Compréndese perfectamente el efecto que había de producir en Ricar-
do la lectura de aquella carta.
Cuando llegó á las últimas palabras, aun cuando la carta no había
terminado todavía, no fué dueño de dominar su ira 'al comprender qué
tenía razón su misteriosa protectora, exclamando á la par que estrujaba
la carta:
—Pero esta mujer que está en todo ¿quién és?...
—¿Te da alguna mala noticia nuestra máscara? —preguntó Lorenz0:
—Me dice la verdad, que es lo que siento.
Y volvió á desplegar la caria.
Fijó los ojos en lo que faltaba por leer, y una exclamación de alegría
se exhaló de sus labios. y
—;¡Concha!.,. ¡Concha!...—gritó el guerrillero sin hacer caso de SU
amigo, que sorprendido por aquel repentino cambio le preguntaba la
causa. ]
La pobre mujer alarmada por aquellas voces, acudió presurosa y
diciendo: 1]
—¿Qué hay, señor Navarro? ¿Qué queréis? 4
—Daros una buena noticia. Vuestro marido vive y está en libertad.
—¡Oh!... La virgen del Pilar ha escuchado mi súplica, —exclamó
Concha c: n tembloroso acento y llorando de alegría. Pero si aquel mise-
rable de Aznarez me juró...