Full text: Bribones afrancesados (12)

LA MÁSCARA ROJA 19 
Sobre cuatrocientos hombres formaban la partida completa, pues se 
reunieron á ellos, como había dispuesto Navarro, todos los que tenían 
solicitado formar parte de ella. 
Porque tal celebridad habia adquirido la guerrilla de la Muerte, como 
Se la dió en llamar, porque no daba ni pedia cuartel, que se consideraba 
como un honor el ser uno de los guerrilleros. 
Fué necesario todo el conocimiento que tenían tinto Ricardo como 
Lorenzo, del terreno en que operaban, para estacionar cuatrocientos 
hombres de modo que no llamaran la atención de los enemigos. 
Es verdad, que caseríos aislados, aldeas, ermitas, conventos, todo 
edificio por pequeño é insignificante que pareciera, estaba abierto para 
los guerrilleros. 
Ocultas las armas, bajo el aspecto de agricultores, arrieros, vendedo- 
tes ambulantes, aparecían ante sus contrarios, que si bien les miraban 
£0n recelo, no podían acusarles de otra cosa. 
Dos ó tres días después de haber abandonado la casa de Concha, los 
£mplearon en la distribución de aquella fuerza y en averiguar donde es- 
taba la brigada de Hernando y las tropas del marqués de Lazán con 
Cuyas fuerzas debía tomar parte la guerrilla de la Muerte, para la opera- 
Ción proyectada. 
_ Ricardo hizo porque Calvo de Rozas y toda la junta de defensa de 
Zaragoza tuviese conocimiento de su llegada cerca de la ciudad, con el 
fin de que lo supiera la Márcara Roja y ver si por este medio, Concha 
Podía unirse á su esposo. ' 
Pero la misteriosa dama pareció que no quería darse por entendida, 
Y Concha continuaba entre los guerrilleros sirviéndoles de cantinera es- 
Perando poder entrar en la ciudad. 4 
Los franceses esperaban refuerzos para atacar de nuevo aquella po- 
blación completamente abierta y en la cual sin embargo no podían 
Sntrar., 
A su vez, los sitiados, extenuados por los combates y la escasez de 
los alimentos, minados por las enfermedades y faltos:de todo menos del 
; valor, esperaban que las tropas de Lazán ó cualquier otra división tra- 
lara de penetrar en la ciudad para prestarles su ayuda. 
En el momento que volvamos á encontrar á Ricardo Navarro, le ve- 
"emos á una legua de Zaragoza, mirando por entre una espesa arboleda
	        
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