LA MÁSCARA ROJA 29
dado muerte á su hijo, el cual se hallaba conmigo espiando sus pasos,
habiéndome yo salvado por un verdadero milagro.
—¿Y por quién habéis sabido esa noticia?
—Por un antiguo criado de la casa, mediante algunas monedas.
—Pues si lográramos apoderarnos de él, os juro que no tendríais mo-
tivo de queja. Esto daría un mentís á su pretendido valor y su cabeza
rodaria bien pronto á mis pies... ¡Id, pues, penetrad en esa casa y apo-
deraos de ese hombre. destruyendo después la morada de su amigo!
Salió Ricardo y un momento después se presentaba el coronel á reci-
bir órdenes del general.
—Si,—añadió éste después de una breve explicación de lo que se tra-
taba, —seguid al guía con vuestros valientes granaderos y sed prudente,
pues tenéis que habéroslas con un enemigo peligroso. Si tenéis buen
éxito, contad con mi favor.
—Conozco á mi hombre, —respondió el coronel sonriendo;—le he
visto en el Bruch. en Lérida, en Zaragoza, y entre él y yo existe un odio
á muerte
—Pues ha llegado el momento de v*ngaros.
El coronel guardó silencio.
—¿En qué pensáis?—agregó Chabran, viendo la inmovilidad de su
Subalterno.
—Me pregunto general, si podemos contar con que me secunde el
guía, pues como habéis dicho muy bien, mi empresa no 'está exenta de
peligros, y
—Es fiel como ninguno,—dijo prontamente el jete francés, —de él me
responde un amigo á quien tengo en gran estima.
El comandante se inclinó.
Media hora después Navarro cabalgaba junto al coronel al frente de
un batallón de granaderos, que se detuvieron cerca de la casa de Alvarez.
Adelantó el guerrillero solo, quien dijo iba á cerciorarse de si ame-
Nazaba algún peligro.
Convencido nuestro joven de que en efecto, todo estaba preparado
como dijo, volvió á reunirse con el coronel y le dijo:
—Podéis acampar aquí, yo mientras tanto guiaré la artillería hasta
el fuerte y cuando oigais el primer cañonazo, asaltad la casa y aguardad
Mi llegada, para que os indique el aposento secreto, donde está oculto el
temible enemigo.