LA MÁSCARA
En el primer tercio del año de 1811, quiso Napoleón señalar el prin-
cipio de aquel año con la toma de la única plaza fuerte que le quedaba
por dominar en Cataluña.
En cuanto al castillo de Figueras, que como vimos en el cuaderno an-
terior, había vuelto á caer en poder de los españoles, los franceses, tan
luego pudieron reunir las fuerzas necesarias, para recuperarlo, habían
marchado contra él y le pusieron apretado cerco.
Todos los esfuerzos, por lo tanto, podían emplearlos contra Tarra-
gona.
Con este objeto empezaron á movertsus fuerzas, distribuyéndolas con-
venientemente.
El mariscal francés Macdonald, con este motivo, realizó una de las
inícuas hazañas de que tantos recuerdos habían ido dejando por todas
partes.
Al frente de las tropas que mandaba llegó á Manresa.
Como ya se sabía el proceder de los soldados franceses por do quiera
que iban, los manresanos, á la noticia de su aproximación, empezaron á
tocar á somaten, y todos los vecinos abandonaron la población.
La irritación del bravo mariscal francés no conoció límites, al saber
que toda la población en masa había preferido marcharse lejos do allí,
recibir forzosamente á un enemigo de quien tanto tenía que recelar y dió
la orden de que se entregase á las llamas, una población abandonada
por sua moradores. ]
Y como actos de esta especie, aun cuando otros generales, no los 0l-
denaran, sin embargo, los consentían, inútil es decir con que placer los
soldados de Macdonald se apresuraron á cumplir la orden recibida.
Y con tanto mayor entusiasmo lo hicieron, cuanto que el mismo ¡lus-