LA MÁSCARA ROJA
La sorpresa que causó en Lorenzo la contestación de su jefe fué tal,
que se le quedó mirando diciéndole después:
—¿Pero estás, en tu juicio? ¿Puedes creer que ni yo ni ningúno de
compañeros te dejaríamos expuesto asi, sin acudir en tu ayuda ó á morir
los
á tu lado?
—Permanecereis donde estáis, porque cuando yo ataque á la van-
guardia francesa, será precisamente en esta cortadura y como el ataque
ha de ser inesperado y violento, aprovecharé la misma sorpresa, para
desaparecer por el otro lado de la cortadura.
—¿Y te reunirás con nosotros?
—No.
—¿Porqué?
—Porque yo he de adelantarme á la llegada del ejército francés á
Tarragona.
—¿Y la gente que te acompaña?
—Irá á instalarse ya en el lugar que te he dicho cerca de Tarragona
y al alcance de mi mano.
—Pero si nosotros no sabemos donde es eso.
—Por esa razón te he dicho que no te muevas de estos lugares. Aquí
te enviaré algunos de los que irán conmigo para que os sirvan de guias.
Yo nada olvido, querido Lorenzo. Crei que esto lo sabías ya. Tu misión
por este lado del desfiladero, es la de ir haciendo desaparecer cuantos
soldados flanqueadores vayan por este lado. Para este efecto establece-
rás dos líneas con tu gente. La una, la primera, ha de ser para luchar
con los flangueadores. La o*ra, para defender todas esas grútas ó cuevas
«que hay en el monte y que 0S han de servir de abrigo.
—Asií lo haré.
—Una última advertencia para concluir porque voy á ver como podré
con más facilidad hacer lo que intento. Procura evitar que nuestros
compañeros hagan uso de las armas de fuego. El cuchillo es más seguro
y menos ruidoso. 4