LA MÁSCARA ROJA 25
por el sol y con una cicatriz que le cruzaba la mejilla derecha y cojeando
Un poco al andar
Su indumentaria estaba en armonía con su profesión.
—¿Decis que el señor marqués de Campoverde os recomienda para
que os dé trabajo én mi casa? —dijo don Manuel.
—Si, señor. Como los tiempos son malos y falta el trabajo en todas
partes. ..
—¿0s conoce el señor marqués? —preguntó el padre de Manolita.
—Ya lo creo—contestó sonriendo el trabajador—tanto como usted.
—¡Yo! —exclamó sorprendido el marqués.
Y miró atentamente al anciano.
—Vamos, señor marqués—repuso.—¿Es verdad que no me ha cono-
cido usted? ¿Tan transformado se encuentra el buhonero que estuvo aquí
hace pocos dias? ..
—¡Navarro!... ¡Ricardo Navarro!... ¿Quién diablos le habia de co-
nocer?
—Ya dije á usted que he tenido que adquirir gran habilidad para hacer
uso de tantos disfraces como he tenido que usar para burlar á todos esos
enemigos de mi patria, á quienes quisiera destruir con mis ojos sola-
mente :
—Ho sabido que con su partida ha dado el «quién vive» al ejército de
Suchet en el desfiladero del Romeral.
—Me parece que he dejado algún recuerdo al general Mercier—con-
testó Ricardo.
—¿Pero no ha muerto?
—Por falta mía y por desgracia suya, pues tendré que volve á em-
pezar.
El acento eon que Ricardo pronunció estas palabras, vibró de tal
Manera, que llamó la atención del marqués.
—¿Tanto le odiais?—dijo.
—Es un desafío que tengo pendiente con él desde que en Tudela co-
metió la serie de infamias que quitaron la vida á mi familia. Después,