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LA MÁSCARA ROJA 19
Cualquiera otro que no hubiera sido el obcecado oficial, hubiera tem-
blado de espanto al ver su fiera actitud, los relámpagos de ira que des-
pedian sus ojos.
Empero aquél se acercó al joven, risueño y tendiéndole la mano.
—Sois un valiente que mereceis toda nuestra estimación, tened la
seguridad que no os olvidaré, —dijo en voz muy baja,
Y Navarro cogiendo bruscamente la mano que le tendía:
—¡Si la tierra se abriera á vuestros pies, diera yo gracias al cielol..
¡Ven, pobre imbécil, tan imbécil como tu señor, contempla el abismo
que existe entre tú y yo!... :
Y al decir estas palabras, arrastró violentamente hacia la espaciosa
habitación al aterrado capitán.
¡Horror del humano corazón!
Montones de cadáveres, se hallaban hacinados sn la lúgubre sala,
alumbrada por la mortecina luz de una lámpara de aceite. ,
¿Cómo describir el espanto que se apoderó del oficial de Vedel?
Baste decir que de su pecho salió una especie de alarido y cayó des-
plomado al suelo, para no levantarse más, al mismo tiempo que se oía
el eco de una irónica carcajada.
Junto á él estaba cruzado de brazos, blanco como un sudario y con-
templando aquella horrible matanza humana, el atlético viejo Juan.
—¡Permita Dios que todo el ejército invasor puedan mis ojos verlo
asi!
Y volviéndose á Navarro y á los guerrilleros, fué diciendo mientras
los abrazaba: y
—¡Cortijo de la Dicha, tumba de mis inolvidables amos, ya os he
vengado!... ¡Vamos, compañeros, mi vida os pertenece, dejemos esta
sepultura abandonada y lo que no podrán hacer mis fuerzas, lo logrará
la astucia; yo moriría de tristeza y de rabia si acordándome del horrendo
Crimen que aquí se cometió, no empleara el resto de mi vida, matando,