8 LA MÁSCARA ROJA'
—Por el contrario, amigo mio,—contestó con marcado coquetismo,
espero de vuestra galantería que me ofrezcais lo que gusteis.
Se colorearon las mejillas del francés y se levantó presuroso,
ciendo un plato á la viuda, con un arqueamiendo de brazo, que queria
ser gracioso sin lograrlo.
—¡Se...¡ño...ra!l-—pronunció confuso y con lentitud para
y escoger las palabras. —Perdonadme, el que se ocupa en cosas graves:
comete á veces alguna falta de cortesía pero que es hija únicamente de
la natural distracción, y no dudo de que vos tendreis en cuenta de (u9
yo soy un héroe y que...
Dubreton se interrumpió para lanzar una mirada de desconfian
ofra-
tomar tiempo
ya É
los criados.
En aquel momento solo había en el comedor el joven que ha
trado aquel día al servicio de la casa. :
—Nada temais, —se apresuró á decir Pacífica que habí
aquella mirada, mis criados son mudos y ciegos por mi voluntad:
sé que ha sido una distracción que disculpo y no debeis hablar más
ello y en cuanto á que sois un héroe, lo sabe toda Castilla y po? qe
ocupais un lugar preferente en mi corazón. E
Estas palabras fueron dichas con una dulzura tal, que el soldado %?.
Napoleón se echó hacia atrás para poder devorar con la mirada el 10”
moso perfil de la aldeana.
—Me hacéis realmente feliz al escucharos, —tartamudeó.
—Desgraciadamente, amigo mío, —exclamó Pacífica con una de +38
voces de ángel capaces de enternecer al mismo Satanás, —la roliciós,
instantánea no existe. Habeis dado un paso demasiado rápido y par
alcanzar esa felicidad que decís es preciso ir más despacio. Hoy e
pertenecéis, estais sujeto á las eventualidades de la guerra, pesa $9 08
vos una serie de responsabilidades y quisiera si me lo permitis, dar
un consejo.
El general nada comprendió en estas embozadas pa
rando asombrado á la aldeana dijo:
—Comprendo el sagrado deber que me impone la gue
espero que dentro de muy poco estará terminada, pues nues ¡on-
es indiscutible y las armas francesas dominarán á España, para AR ne
ces, yo os juro mi bella Pacífica que me consideraré feliz al no a
en otra cosa que en vuestros ojos... Y aún en estos momentos a
no os negaré que todo lo olvido delante de vos, señora... vuestra n
de mujer, esa melodía de palabra, tan irresistible belleza... ¡veng? 4]
tro consejo, que para mi será del cielo!... arác”
—La seguridad de vuestro triunfo, me parece hija de vuestro C
bía eN”
a comprendió?
e e gas
labras, Y PY
rra, pero ”
tro ¿riunío