LA MÁSCARA ROJA 23
No tardaron en entrar también algunos jefes en aquellos lugares, pre-
“edidos del oficial Riepho con dos soldados para encender fuego.
Uno de estos últimos, tratando de recoger algunos restos carcomidos
de las maderas, observó que en un rincón había un hombre.
—¿Quién está aqui? —exclamó el soldado, acercándose á él.
El general volvió la cabeza y contestó:
—Algún desdichado quese habrá refugiado lleno de miedo en estas
Minas.
El hombre, al oir la voz de Clausel, se incorporó.
Era un anciano que apenas si podía tenerse en pie.
Ayanzó algunos pasos vacilando y dijo con voz temblorosa y apagada
9 verdadero acento francós.
—¿Venis de Santo Domingo de la Calzada? ¿Sabéis algo de la columna
Navarro?
Clausel se extremeció oyendo semejante pregunta.
—Antes de responderos, buen hombre,—dijo el general, —acercaos
A momento á esta lumbre y comed un poco de carne.
El anciano auxiliado de Riephe y del soldado, se sentó lo mejor que
Pudo alrededor de la lumbre y cuando con el calor se fué reanimando,
% obligaron á que comiera un trozo de carne de caballo.
Luego, el general le interrogó:
—¿Cómo estais abandonado en esta casa? ¿Ha pasado por aqui alguna
Partida de españoles?
—Señor, —contestó el viejo, —soy de la Bretaña y hace seis meses que
embarqué en Santander, y me dirijo á Logroño; pero la noche me ha
“prendido en esta campiña y no me he atrevido á seguir mi camino al
“Wer que un tal Ricardo Navarro de quien tengo noticias que es un
bre feroz para los franceses, morodeaba por estos] contornos. He
“Mido caer en su poder y me he refugiado en esta casa abandonada en
“pora del nuevo día.
—Permitidme,—dijo el general, —¿qué causa tan poderosa os ha indu-