LA MÁSCARA ROJA 11
ja llevaba una taza de aromáticas hierbas, que fué el cordial que resucitó
á la inocente victima del furor de los invasores.
¡Despertaba de un sueño que había sido terrible!
Dió un salto salvaje, quedándose como narcotizada á la voz de su
noble protector.
Le miró y sonrió cariñosamente.
—Duerme,—le ordenó Alvaro.
La niña entor nó sus preciosos párpados; el corazón del marino reco-
gió este dramático murmullo. 3 ,
—¡Ay madre mía, padre de mi alma, ya no os volveré á ver más!...,
¡Yo estoy salvada! ... ¿pero para que quiero vivir sin vosotros?
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