¡Mi coronel!
Sumiso, aunque sorprendido, el sargento obedeció la or”
den que a continuación le fué dada; de abrir la verja de y
cripta. ad da ae
-—Vamos-—dijo entonces el coronel a su compañera, 1%”
tándola a descender por la escalinata. )
Para ayudarla a hacerlo, pues parecía no disponef por
completo de sus fuerzas, efecto acaso de la emoción, le ofre”
ció su mano. ; :
Aceptó ella el apoyo, y al extender su diestra para dep0”
sitarla en la mano que se le ofrecía, al movimiento que hriz0
su rostro quedó un instante al descubierto.
Antes, al saludarle, el sargento reconoció sorprendido dl
el que se vela forzado a obedecer:
—¡El coronel Edgardo! .
Ahora, al ver el rostro de la mujer, que el velo: qué a
ocultaba dejó un instante al descubierto, reconoció, n0 mé
nos asombrado:
—¡Juana Leopardi!-
Había conocido personalmente en el campo de batalla?
la predicadora de la paz. |
, A ES del
Si; Juana y Edgardo eran los misteri0s08 visitantes d
panteón real. y
Juana habría deseado visitar, como hicieron muchos,
capilla ardiente para orar junto a los restos mortales
rey Víctor. ss EEE
No se atrevió a intentarlo, teniendo en cuenta: