LOS ÁNGELES DEL ARROYO
o
muel, que hablaba un español anticuado del siglo XVI o
XVII de los Felipes 11 y 1Il, pero español al fin, traducti-
ble con un poco de voluntad por el menos versado en las
Variaciones del lenguaje patrio.
Habitaba Samuel en una casuchilla de una calleja es-
Yrecha, y era su aparente industria la de la pesca salada.
Por las mañanas veíasele abrir un tenducho, en cuya
puerta colocaba un mostradorcillo de madera pintada, imi-
tando márriol, y sobre él tres o cuatro tarros con aceitu-
ñas, cebolletas y otros aperitivos de entremeses, y al otro
lado un barril grande, y sobre él una caja chata, pendiente,
en la que había ordenadas varias filas de sardinas heladas
Como todas las que contenía el barril.
Un toldillo de lona embreada, echado sobre una va-
filla de hierro despegada medio metro de la pared, daba
un tinte sombrío al interior del tenducho, en el que des-
pachaba una vieja israelita, esposa de Samuel, llamada Re-
beca, y su hija Sarah, hermosísima joven de veintitrés años,
Que se decía ser la que ganaba en belleza a todas las mu-
jeres altas y bajas de San Petersburgo.
Decíase que un gran duque, tío segundo o tercero del
Czar, el gran duque Alejo Paulatoski, estaba enamorado
de ella, aunque Sarah resistía todas las seducciones del du-
Que, porque amaba a un oficial de coraceros, hermoso
Como un Antinoo, y fuerte y robusto como un Hércules.