LOS ANGELES DEL ARROYO
— Habia; te lo exijo.
—Es imposible; callaré,
—dY si te lo mandase yo?
—Te mentiría, y prefiero no habhr.
—Pues bien, miente, pero habla, a ver si te atreves a
Mentir a tu padre.
—Pero ¿qué quieres que te diga?
—Lo que ibas a decir.
—Pues bien: lo que iba a decir es que cuando Arturo
dilapide lo que le resta de la mitad de lo que mañana ha-
rá de heredar, empezará a dar mordiscos a la otra mitad,
Y, cuando llegue el desgr ciado caso de que faltéis, no
Endrá ya sobre qué caerse muerto, porque todo lo habrá
Consumido.
—Entonces—dijo Elena, que se había detenido en la
Puerta del gabinete, oyendo parte de aquella discusión—,
Endrá o mío, lo que me perlenece,
OM! Con esas alas que le dáis, ¿cómo queréis que
Obre ese majadero?...
TES joven —d:jo el duque.
YO también lo he sido...
—Tú no fuiste un joven, César; confieso que has sido
Ombre muy correcto, intachable, un verdadero caba-
TO; pero intransigente en todo y por todo en ideas polí-
Cas, religiosas y sociales; en costumbres, en caracteres...
—Sí, en todo lo que no ha estado conforme con mi
o
do de ser y de pensar.
ls "Pero todo el mundo no está obligado a obedecer a
diapasón normal de ideas y de carácter.
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