434 LOS ÁMmuELES DbusL ARROYO
—Pues nada más fácil que entenderme, Elena. ¡Que €s
mi... arroz con leche, vamos!
e
¿Y qué más podía decir aquel muchacho, si no hubit-
ra tampoco pocido expresarse más gráficamente una per-
sona mayor y razonadora?
No se razona sc bre el amor, sobre las simpatfas y aM”
tipatías.
Se ama..., pórque se ama; casi siempre irrazonada-
mente, es decir, que siempre el amor es irrazonado. He-
mos querido decir que la causa del amor no se discute,
no se razona, no se justifica.
No hay manera de hacerlo. ei
Se ama porque sí, como se siente la simpatía o la 40"
tipatía también por que sí.
El odio, el aborrecimiento, ya tienen siempre una cal"
sa más o menos previamente justificada, porque nadie
odia sin motivo.
¿Será que en los misteriosos antros del espíritu, alí
donde existe lo inexplicable, hay e¿lzo que presiente, qué
adivina, sin darse cuenta de ello, algo que previene instin*
tivamente contra la persona que nos produce la antipal tía
El odio que profesó más tarde César a su hermano
fué debido a aquella antipatía que le inspiró su padre 0