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84 LOS ÁNGELES DEL ARROYO
—El salió humildemente, porque delante del doctor no
iba a insistir en sus necias pretensiones. Pero mira si es -
ingrato y es bárbaro.
—No, Clara, él no cree ser ingrato, porque como es
un ser envidioso y canalla, y no ha podido abrirse más
camino que el que tú le has abierto, él cree que todos
debemos hacer por él como si tuviésemos una obligación.
—No, si él no cree que nadie está obligado a mante-
nerle como él desea, sino yo.
Cualquiera diría que ese imbécil ha sido algo mío y
con derecho me exige lo vuelva a ser para vivir a costa
mía.
—Pues siento, Clara, haberte dado palabra de no de-
tirle nada, porque si no, sería cosa de ponerle en camino
para donde quiera ir, ya que yo creo que a España no se *
atreverá a volver,
En esto llegaron los de la Agencia funeraria, para la
instalación de la cámara ardiente, y Clara y Marieta pasa-
ron a otras habitaciones, que en adelante deberían ocupar
juntas, hasta la terfninación de la contrata de Marieta.