LOS ÁNGELES DEL ARROYO 981
las pusieran los que lo reciben creerían que no cumplían
con un deber de burguesía, la señora entregó tela corta-
da que la niña colocó en la caja de cartón.
Luego la señora sacó unas monedas de un cajón, se
las entregó a la niña y ésta salió de la tienda casi rozando
Conmigo, porque era un momento en que yo pasaba por
delante de la puerta,
Volvió a mirarme como lo había hecho tres o cuatro
Veces mientras la camisera examinaba su labor, y me pa-
teció que sonreía.
Atravesó la Puerta del Sol hacia la Carrera de San Je- *
tónimo, que subió parándose en todos los escaparates de
novedades y especialmente en las joyerías.
Cuando se paraba, yo me acercaba. Ella me veía en
el cristal y emprendía de nuevo la marcha, una marcha va-
Cillante de muchacha distraída, muy distinta de la que lle-
Vaba cuando iba a entregar su trabajo.
Y se comprende: entonces iba cumpliendo una obli-
gación, y luego satisfecha, con el producto de su trabajo
€n el bolsillo, se pertenecía y se marchaba empezando ¡a
Vida con todas las impresiones que hacen tan agradable
la juventud.
Aunque parecía no oír ni ver, asu paso no oía más
Que piropos más o menos cultos,
Un chico grandullun pasó por su lado y se atrevió a
tocarla.
Yo le sacudí un palo con mi junco flexible y el granu-
Ame tiró una piedra que no me alcanzó, y dió en un
tobillo a una mujer.