Full text: Tomo 1 (1)

   
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
- 442 LAS BUENAS MADRES 
  
—Y ¿quién le dice que he usado de ese dinero con- 
fiado 4 mi custodia? No, no... amigo Tena. Usted sabe 
mejor que nadie que eso es imposible. Se hace esperar Í 
los acreedores mientras queda un resto de fortuna qué 
enajenar ó crédito con que levantarse. Mañana, cuando | 
se acabe de vender todo mi papel del Estado y mis obli- ' 
gaciones de ferrocarriles y del Banco, no me quedará 
nada, ¡nada!... ¡ni siquiera crédito en la plaza! 
VI pen 
El señor Tena, que sabía muy bien que el banquero 
no se equivocaba y que todo consuelo era ineficaz, bajó 
la cabeza abrumado por la pesadumbre de aquella espan- 
tosa realidad. 
-  —Vaya, vaya usted á presenciar los pagos, seño! 
Tena, —dijo don Segismundo, con una sonrisa de resig” | 
nación. | 
El dependiente salió del despacho, dirigiendo una 
mirada de inteligencia á lo alto de la escalera, á través 
de cuyos hierros se veía el rostro de Silvio, de quien el 
señor Tena sabía que vigilaba á su padre. 
-  —¡Vayal Acabemos de una vez,—murmuró don Se- 
gismundo.—Escribiré á mi hijo despidiéndome de él Y 
dándole instrucciones para que él realice lo que yo n0 
tengo valor para esperarme á realizarlo. | 
   
 
	        
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