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Y el pueblo entero comentó con admiración y encómio .
que los tres Bermejos acudiesen a e a una Alfaro |
'a su última morada.
Morada pobre, sin una cruz, sin una lápida.
Cuando se cubrió la fosa con la última paletada de tie=
rra y todos se retiraron, una mujer fué a rata de 10=
dillas ante la sepultura.
Rezó duránte largo rato y 11eg0, poniéndose en pie, ex-
clamó a media voz:
-—Yo te juro que haré cuanto pueda por salvar a tu hijo.
PY si es verdad lo que Sospecho, le ayudare a vengarse
del mal que « os han hecho.” |
ye - Aquella mujer era Fortunata, la cal lmniada, la que ja-
- más podr: , quitarse de encima el baldón del adulterio.
Caía la tarde. El camposanto empezaba a cubrirse de
sombras y se alejó, enjugándose las lágrimas.
¡Cuánto dolor de poco tiempo a aquella parte! ¿De qué
“fuente misteriosa salía semejante manantial de infortunios?,
¿Mera casualidad todo ello, o disposición de un genio
maléfico que se ensañaba en ell 0S?... Pero, ¿ ¿por qué? ¿A qe
causa podía obedecer?
Tal vez su padre lo adivinase, tal vez él aro pone-
trar el misterio... E
Si: le escribiría una extensa carta refiriéndoselo todo.
Volvió a casa del marqués. cl