SENDA DE REDENCION : 1317
bajo, muy conteo. comenzó a redactar un do nientos com-
prometiéndose a no denunciar a Diego Caireles.
—Escriba usted lo que yo le dicte—dijo Diego en el mo-
mento en que el mayordomo tomaba la pl uma.
—¿También lo has de dictar tú?
—SÍ; así estaré más tranquilo. Escriba usted.
—Como quieras, hombre, como quieras. ¡Bien te aprove-
chas de las situaciones! En fin, ¿cómo ha de ser? Dicta,
pues. ;
Diego dictó el siguiente documento:
—Yo, don Gonzalo, etc. Certifico: Que en todos los asuntos
que el sujeto conocido por Diego Caireles tiene pendientes,
con la justicia, he intervenido directamente, inspirándoselos
y obligándole a ejecutarlos por mi cuenta, permaneciendo vo
En la sombra. Soy yo, pues, el verdadero culpable de tales
asuntos al margen de la ley, y escribo esta «confesión por
imperativos de conciencia, encontrándome en tránce grave
de morir , arrepentido de mi pasado criminal y deseando res-
tituir a cada cual lo suyo. Y para que conste lo firmo en Ma-
drid a... Ponga usted la fecha. .
—Te has despachado a tu gusto. Ahora soy yo El que está
en tu poder. :
—Las vueltas que da el sde den Gonzal lo.
—Rubricado... Dame tus documentos.
Diego Caireles, orgulloso de sú triunfo, indescriptible
mente contento de haberse librado de un hombre tan temible
como el mayordomo de la duquesa de los Breños, metió
mano en el bolsillo de la chaqueta o sacar el anónimo y
- la carta de la señora María.
- Don Gonzalo estaba vencido y humillado. EP
Pero de repente ocurrió algo singular y extraño, e
aplanó a los dos die ña A A
bn
-