SA
: ] $ ye
bito. Pensó contarla al llegar
peasó que acaso con los
ato da olntia a la cahRe
MUO la 2 10FMla a la Cape
oe]
triunfo
Za y no bicis ne orgullo.
¡Mal lo conocía el 1 marqués!
En cuanto a E ¿belita, también el marqués hacía su bús-
Queda, anque sin el menor resultado; mas no por ello se
daba por vencido.
El haber encontrado a Marta le daba esperanza y, una
Ádea, no sabemos si decir absurda, de que él la:encontraría
también, :
relia seguía cosiendo para afuera, y "Marta le ayuda-
ba con buena volt intad y /; buenas manos. De vez en cuando,
madre e hija idatuibias la labor para extasiarse contem-
plando.al hijito, al que cubrían de caricias, besos y dul-
Zuras,
sa acia se le!
El mamoncillo era, sencillamente, el rey de la casa y ale-
graba la tristeza de la Madrecita.
lo clla seguía. triste, consumida, pesarosa...
¡Aquella hija desaparecida de la que nadie le daba
Su hija y su esposo desaparecido, muerto, eran ahora. la
gran pena de su existencia, el gran pesar de. su vida de
mártir.
Por las noches continuaba rogando a Dios por su hija
y derramando lágrimas sobre él retrato de su Pepe Luis,
cuya memoria cada día veneraba más.
Había en esta adoración a un muerto una especie de
idolatría o de algo misterioso, que era consolador para
AmeBa.
Contemplaba Amelia el retrato con embeleso. Al ver la
efigie de su esposo, los recuerdos de. su amor, se. agolpaban
¡Madre! - Folletín, 65%