LUIS: DE VAL
Estuvo a punto de lanzar un grito, pero logró con-
tenerio. Con febril impaciencia: puso un oido junto al
pecho' del presunto cadáver y escuchó. No cabía du-
da: aquel hombre vivia aún,
Elías se incorporó de'un brinco y saliendo al ves-
tíbulo llamó a la muchacha:
—¡ Suba inmediatamente, María! ¡Ese hombre no
está muerto! ¡Venga a ayudarme! :
Volvió a-la alcoba; y no sin gran dificultad, levantó
el cuerpo y lo tendió en la cama, al tiempo que la jo-
ven aparecía en el umbral de la habitación:
—¿Es posible, “Elías? ¿No me engaña para tran-
quilizarme?
—No... Puede usted misma convencerse de ello
¡Pero es neceSario obrar con rapidesz. Tráigame una
toalla “mojada... Pronto.
Mientras ella iba en busca de lo que le había. pedi-
do, el joven despojó a'Jiménez de su corbata y le des-
abrochó la camisa. Al hacerlo observó con la natural
alegría que el herido respiraba con regularidad, aun-
que no daba Otras señales de vida:
Cogió la toalla que María acababa de traer y moió
la frente de la víctima.
—Ahora —dijo— vea si hay en la casa un poco de
coñac.
María cue parecía próxima a desmayafse, apenas
acertaba a creer lo que estaba sucediendo. Le daba to-
do vueltas y hubo de apoyarse en la pared para soste-
lerse. E
—Será mejor que se siente y me diga dónde podré
encontrar la boiella..., porque también usted necesita
un trago.
—Abajo, en el trinchero del comedor... Su puerta