¡ MALDITA l 4345
era uno de los muchos accionistas de la sociedad anó-
nima «El Hogar».
Se levantó para seguir al mayordomo, prometién-
dose aclarar aquello en su entrevista.
Dos minutos después, Ricardo y Adriana estaban a
solas, frente a frente... y en penoso silencio.
Este fué roto por él, que dijo con voz trémula :
—He venido en cumplimiento de una palabra que
e dí, visitarte cuando quedase en libertad, para dar-
te las gracias por tus gestiones...
—5Si he intervenido en eso—repuso Adriana, que ya
había conseguido dominar un poco su emoción—, no
ha sido para que me lo agradezcas. Ya te dije que obra-
ba en cumplimiento de un deber.
—líso no impide que yo te haga presente mi agrade-
cimiento... aunque nó parezca sino que te ofende...
—No, nada de eso; la gratitud, cuando es sincera,
lejos de ofender, satisface.
—Ya tendrás ocasiones de comprobar la sinceridad
de la mía. Como ves, yo también procuro cumplir mis
deberes. Y cumplido este, deseo ahora hablar conti-
go ...extensamente,
—Pues siéntate, y habla cunto quieras.
Ricardo se dejó caer en el sillón que ella le ofrecía.
Durante unos minutos reinó un silencio impresio-
hante; Adriana temblaba ligeramente. ¡Había espe-
rado y temido tanto, a la vez, esta escena !
—¡ Habla! Ya te escucho—insistió, trémula, al fin.
—Claro que hablaré; pero antes necesito que me