digaba alguna caricia, arreglábale las ropas del. lecho,
dirigíale alguna frase afectuosa
Lueso volvía a abstraerse en sus meditaciones.
Porque Dieguito meditaba las fltimas palabras que le
dirigió Rosarillo-al separarse de él: ;
E a señorita Florentina Cebrián» —habíale ches
-rectificando la irrespetuosa familiaridad con que él habbla-
ba de su protectora. :
Y “el ex golfillo pensaba :
- ——Tiene razón. Es una señorita: y yo soy lo que soy...
Ni ella puede ser más, ni yo puedo ser menos; como que
no soy ná. ¡Hay entre los dos mucha distancia |
'A pesar de estas reflexiones, que le abstraían por com--
pleto, dábase cuenta de que transcurría el tiempo y la her-
“mana de la caridad no llegaba, y preguntábase impaciente :
—¿Si no vendrá? ¿Qué hacer entonces ?
En todo caso, según él, la culpa debía ser de los que
no permitieron que entregase la“carta al señor' director en
propia mano.
"Hasta podía ser que la hubiesen quedado. :
Por algo puso tanto empeño. en hacer: las cosas tal co-
mo doña Magdalena se lo recomendó ; pero no le dejaron.
—No, pues como llegue la noche y no haya venido la
hermanita—decíase—, volveré al hospital ¡y tendrán que
oírme ! ¡Vaya si tendrán que oírme! ¡No está bien bur-
larse de este modo de los pobres ! :
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A media tarde llamaron a.la puerta, y Dieguito fué a:
ubrir, pensando:
—¡ Ahí está !
En efecto, era sor Angeles.
-—¡ Qué pálida: estaba !
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