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- mente noticias de la existencia de aquel hijo infeliz, más
aborrecido que amado.
Llegaba de improviso lo que ella creyó y esperó que no
—Hegaría nunca.
Al sospechar por los datos que le dió Borrell que el que
pasaba por hijo de doña Rosalía fuese su hijo, aterróse por
Vez primera en su vida, y al convencerse de ello, para lo cual
mostró tanto empeño en verle, su terror llegó al colmo.
De aquí su desconcierto que se sobrepuso en ella al disi-
mulo.
Hay que hacer constar que a pesar de su perversidad, a
pesar de la dureza de su corazón, a pesar de todo, al volver
a ver al hijo al que dió vida, relegado durante tanto tiempo
- al olvido, algo que es natural en todas las madres por grande
que sea su maldad, se despertó en ella más poderoso que su
voluntad y su conveniencia, a pesar de que todo lo había
sacrificado siempre a esta última. y
De aquí su emoción, que no pudo dominar, y de aquí su
espontáneo impulso de abrazar al que no había deseado aca-
riciar nunca.
¡Qué amargura la suya al verse rechazada por él, y qué
despecho el suyo al no poder obligarle a que correspondiese
a su abrazo, revelándole que era su madre!
A pesar de su confusión, siguió comprendiendo la con-
veniencia de seguir guardando una reserva absoluta, y como
era incapaz del remordimiento, no reconoció que aquel des-
precio, para ella tan doloroso, era un castigo merecido.
Pero lo que más la desconcertó, lo que más la horrorizó,
lo que la puso más fuera de sí, fué el recuerdo de lo que por
Consejo e inspiración suya se preparaba para aquella noche