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¿Qué más necesitaba escuchar ni ver el que ola v obser-
vaba, para comprenderlo todo?
Fuese como fuese y por lo que fuese, lo tual ya sé pon-
dría en claro, allí estaban el que iban buscando y el que ie
había protegido y se proponía seguir protegiéndole en su
evasión.
Reconoció a Fermín bajo el uniforme de capitán de hú-
sares, y a «Alegret» bajo el de carcelero.
Retrocedió presuroso, para anunciar a los que le aguar-
daban, señalando hacia el fondo del pasillo:
—Allí están.
Y dispuso que cuatro hombres le siguiesen, ordenando
a los demás que allí permanecieran, recomendando a todos
de nuevo el mayor silencio.
El capitán y el teniente siguiéronle también.
Al llegar de nuevo junto a la puerta iluminada, ordenó
a los que le siguieron, indicándoles a Fermín y «Alegret»:
—¡A ellos!
Armas en ristre los soldados abalanzáronse en el inte-
rior de la estancia y se arrojaron impetuosos sobre el te-
niente Fermín y el ex pistolero.
Este, que se hallaba de espaldas a la puerta, cerrando el
armario en el que se proponía dejar prisionero obra vez a, Al-
berto, para que no intentase impedir la fuga, no. pudo re-
peler la agresión ni hacer uso de la pistola. :
Los rudos golpes que descargaron sobre él, hiciéronte
caer al suelo.
Apoderóse el júbilo del marquesito al ver aquella inespe-
rada salvación. Los soldados apresuráronse a librarle de la