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Preguntó, seguro por adelantado del efecto que causa-
ría lo que iba a decir:
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—¿Sabes quién es el que ha sacado de aquí a la prisio-
nera?
—¿Quién?
—Nunca podrás imaginarlo.
—¡ Acaba!
—El «Alegret».
—¿Ese pistolero al que tenías encargo de buscar para
castigarle como merece por haber impedido que el teniente
Fermín muriese al huir de su prisión?
—El mismo.
—¿Es posible?
Al oír el nombre del «Alegret», Teresa tuvo que hacer
un gran esfuerzo para contenerse y no denunciar su pre-
sencia con un imprudente grito de terror.
Todo daba a entender que la verdad había sido descu-
bierta y que Joaquín no podría librarse de las terriblés con-
secuencias de.su noble tentativa.
—Pero a lo que parece—siguió explicando Morcillo—,
«Alegret» no ha obrado por cuenta propia, sino por cuenta
de otro que acaso le haya traicionado después de aprove-
charse de- su ayuda.
—¿De quién?—continuó interrogando Aurelia, cada vez
más interesada en lo que oía.
—De un personaje misterioso cuya personalidad no ha
sido posible poner hasta ahora en claro; de un sujeto que
dijo llamarse como el amante de la esposa del general An-
dino.
—¿Máximo Lorca?
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