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LOS TRES MOSQUETEROS
Continuacion).
—0s digo, señor, que es verosímil, aunque no |
lo aseguro. No ignorais la dificultad que cuesta
averiguar la verdad en semejantes casos, y solo
el instinto admirable con que os ha dotado la
|
Providencia y que os ha granjeado el sobrenom-
bre de Justo...
—Efectivamente,
|
Treville; pero si no me equi-.
voco, no estaban solos vuestros mosqueteros, pues |
se hallaba en su compañía un mancebo.
| lientes del reino!
—Sií, señor, estaba con ellos un jóven; y sepa
V. M. además que uno de los mosqueteros esta-
ba herido; por consiguiente, tres individuos de
este cuerpo, uno casi fuera de combate, y un
quiero verle, y luego trataremos de lo que puede
pq . » > |
niño, no solo han sabido defenderse de la agre-
sion de cinco de los mas valientes guardias del |
cardenal, sino que han dejado á
en el suelo.
cuatro tendidos
—¡Hombre! ¡hombre! ¡pues eso es una viclo-
ria! esclamó el rey con regocijado acento. Es una
victoria completa.
—Tan completa como la del puente de C.
—Conque de los cuatro, decís que uno estaba
herido y que otro era un niño.
—Un niño, pues casi no se le puede llamar jó- |
ven; pero se ha conducido con tanto arrojo y va-
lentía en esta circunstancia, que me parece dig-
no de recomendarlo á V. M.
—¿Y cuál es su nombre?
—]"Artagnan, señor, hijo de un antiguo com-
¡sada..
MUSEO DE NOVELAS.
'quetero y perteneciendo exclusivamente á S. M.,
¡no se moveria del lado de sus amigos.
— ¡Valiente jóven! esclamó el rey.
pe tan valiente, añadió Treville, y tan es-
¡forzado campeon liene en él V, M., que fué quien
dió á Jussac aquella estocada tan lerrible que ha
puesto de mal humor al cardenal.
—¡Vaya! ¿conque él fué quien hirió á Jussac?
preguntó el rey. ¡Él, tan niño! ¡vaya, vaya, sl
parece imposible!
—Pues sucedió lo mismo que os acabo de de-
cir, señor.
—¡Herir á Jussac, que es uno de los mas va-
—Pues ya veis, se alravesó á su paso otro que
que es mas valiente que él.
—Vamos, quiero ver á ese jóven, Treville,
e
hacerse en su favor. |
—¿Y cuando tendrá á bien recibirle V. M.?
—Manana á las doce.
—¿Vendrá solo?
—No, que vengan los cuatro. Traédmelos á
todos, porque quiero darles las gracias. Servido-
res de esta clase, tan valientes y decididos, no
¡slempre se encuentran , y quiero recompensarles.
como merecen. e.»
—A las doce en punto estaremos en palacio, -
señor. y
—¡Ah! escuchad, subid por la escalera escu- A
. ¿sabeis? por la escalera escusada; pues no
es necesario que el cardenal sepa..
pañero y amigo mio; de un hombre que sirvió. a
¡pre un edicto y están prohibidos estos encuen-
con el rey vuestro padre, de gloriosa recorda-
cion, en la guerra de partido.
—¡Conque ese jóven se ha conducido con E
ta intrepidez! vaya, vaya, contadme los porme-.
nores, pues sabeis cuanto me gustan las relacio-
nes de guerras y combates.
Y el rey Luis XIII se retorció el bigote con al
tivo ademan, mientras apoyaba su cuerpo sobre
la pierna derecha.
—Como ya os he dicho, señor, continuó Tre-
ville, d'Artagnan es todavía un niño, é iba de
paisano, porque no tiene la honra de ser mos-|
quetero. Los guardias del cardenal, que notaron
sus pocos años, y que no era individuo del cuer-
po, le manifestaron que podia retirarse antes que
el ataque comenzase.
—¿Lo veis, Treville? interrumpió el rey, ¿Como
fueron los guardias los que atacaron?
—Ya lo veo, señor, no cabe duda en esto. Pues
como iba diciendo, le i invitaron á que se retira-
se; pero contestó que siendo su corazon de mos-
una simple riña, pues ya veis que eran cinco.
siderando- que habia obtenido bastante conque -
aquel niño se rebelara contra su ayo. Hizo un
—Está muy bien, señor.
—Ya veis, Tróville, que os indispensable guar-
dar las- apariencias, pues un edicto es siem-
LaS.
- —Pero este ha salido del órden general, ha i
pasado las reglas del duelo, y ha sido mas bien
guardias del cardenal contra d Are: y mis.
tres mosqueteros. | z ¿
—Sin embargo, que vengan por la oscalera es- de á
cusada. $
Sonrióse el capitan, pero no quiso insistir con-.
ys
saludo respetuoso al monarca, y Oblenido su be-
+A
neplácito, se retiró. 4
Aquella misma tarde se dió aviso á los mos-
queteros del honor que les dispensaba S. M.;
pero como conocian al rey hacia mucho tiempo,
¡do recibieron la noticia con tanta alegría como
era de esperar. Con todo, la ardiente y meridio-
nal imaginacion de d'Artagnan, se exaltó en tales
términos, que se creó repentinamente una for-