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—Admirablemente!
—Añadiendo, si es necesario, la oferta de cin-
cuenta doblones en el caso probable de que no
esteis muy abundante de dinero.....
—Vaya! vaya! conque sois hombre rico, ami-
go Bonacieux.
—No lo paso mal, caballero. Trabajando en el
comercio, y principalmente habiendo empleado
algunos fondos en el último viaje del célebre na-
vegante Juan Mocquet, he logrado reunir como
dos ó tres mil escudos de renta; por lo que po-
deis conceptuar Pero qué veo! Ah! esclamó
de pronto.
—¿Qué hay? preguntó d'Artagnan.
— ¡Dios mio! ¿que veo?
—¿ Donde? |
—Ahí , en la calle, al umbral de aquella
puerta que está en frente: ese hombre embozado
en una capa.
—¡Hl mismo! dijeron á un tiempo d'Arltagnan
y Bonacieux, reconociendo ambos á la persona
de que hablaban.
—Ahora, esclamó d'Artagnan echando mano
á la espada, no se me escapará.
Y desenvainándola, salió precipitadamente.
Al bajar la escalera, encontró á Athos y á
Porthos que subian á verle, y pasó por entre
ellos, como una exhalacion.
—¿A donde vas de ese modo? le preguntaron
A VOZ. >
—¡El desconocido de Meung! gritó d' Artag-
nan corriendo.
/
Mas de una vez habia contado á sus amigos
la aventura que con este habia tenido en la po-'
sada, y la aparicion de la hermosa viajera á:
quien habia confiado aquel hombre una impor-
tante mision.
Athos creyó que su amigo habia perdido la |
carta durante la pendencia, pues no podia figu-
rarse que un caballero (y tal suponia al desco-
nocido segun el retrato que de él le habia hecho):
fuese capaz de cometer la villanía de robar una
carta.
Porthos no veia en todos los incidentes de
aquella aventura, mas que una cita amorosa,
dada por un caballero á una dama, ó por una
dama á un caballero, la cual habia estorbado la
presencia del gascon y de su amarillento caballo.
Por lo que hace á Aramis, decia, que siendo
misteriosos todos estos acontecimientos, era can-
sarse en balde tratar de esclarecerlos.
Los dos mosqueteros comprendieron al ins-
MUSEO DE NOVELAS.
LOS TRES MOSQUETEROS
(Continuacion).
lante por las palabras de d'Artagnan el asunto
que llamaba su atencion de aquella manera; y
como calcularon que regresaria despues de ha-
berle hablado, ó perdido de vista, continuaron
subiendo.
Al entrar en la habitacion, la hallaron desier-
ta, pues el dueño, temiendo las consecuencias
que pudieran resultar de aquel encuentro, creyó
que lo mas oportuno y mas análogo á su carácter
era tomar las de villadiego.
GAPEEULO EX
D'Artagnan empieza á figurar.
J OMO lo habian previsto Athos *
(Z y Porthos, d'Artagnan volvió
al cabo de una hora. -
Tambien en esta ocasion se
le escapó su enemigo desapa-
és reciendo como por encanto.
D'Artagnan habia corrido es-
pada en mano todas las calles inmediatas sin
encontrar al que buscaba; en seguida, haciendo
lo que debia haber ejecutado desde el principio,
fué á llamar á la puerta donde habia visto para-
do al desconocido; pero aunque dió mas de una
docena de aldabazos, nadie respondió á su lla-
mada, y los vecinos que se habian asomado á
las ventanas y salido á sus puertas á causa del
ruido, le aseguraron que aquella casa estaba
deshabitada hacia mas de seis meses.
Mientras que d'Artagnan corria las calles y
llamaba á todas las puertas, Aramis se habia
reunido con sus dos compañeros; de modo que
al volver el jóven gascon halló la sociedad com-
pleta.
—¿Qué sucede? dijeron á la vez los tres mos-
queleros viéndole entrar cubierto de sudor y
'trastornado el semblante por la cólera.
—¿Qué sucede? Nada, contestó tirando la es-
'pada sobre el lecho: es necesario que ese hom-
_bre sea el mismo demonio, pues ha desaparecido
Como un fantasma, como una sombra, como un
espectro. | S. |
_ —¿Creeis en apariciones? preguntó Athos 4
¡Porthos.
—Solo creo lo que veo, y como jamás las he
visto, no puedo creer en ellas.
—La Biblia repuso Aramis, nos impone esla
creencia: la sombra de Samuel se apareció á:
Saul, lo cual es un artículo de fé de que sentiria
mucho dudase Porthos. ?
—De todos modos, hombre ó demonio, cuerpo
¡Ó sombra, ilusion ó realidad, ese hombre parece