Full text: no. 9 (1883,9)

  
  
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—Admirablemente! 
—Añadiendo, si es necesario, la oferta de cin- 
cuenta doblones en el caso probable de que no 
esteis muy abundante de dinero..... 
—Vaya! vaya! conque sois hombre rico, ami- 
go Bonacieux. 
—No lo paso mal, caballero. Trabajando en el 
comercio, y principalmente habiendo empleado 
algunos fondos en el último viaje del célebre na- 
vegante Juan Mocquet, he logrado reunir como 
dos ó tres mil escudos de renta; por lo que po- 
deis conceptuar Pero qué veo! Ah! esclamó 
de pronto. 
—¿Qué hay? preguntó d'Artagnan. 
— ¡Dios mio! ¿que veo? 
—¿ Donde? | 
—Ahí , en la calle, al umbral de aquella 
puerta que está en frente: ese hombre embozado 
en una capa. 
—¡Hl mismo! dijeron á un tiempo d'Arltagnan 
y Bonacieux, reconociendo ambos á la persona 
de que hablaban. 
—Ahora, esclamó d'Artagnan echando mano 
á la espada, no se me escapará. 
Y desenvainándola, salió precipitadamente. 
Al bajar la escalera, encontró á Athos y á 
Porthos que subian á verle, y pasó por entre 
ellos, como una exhalacion. 
—¿A donde vas de ese modo? le preguntaron 
A VOZ. > 
—¡El desconocido de Meung! gritó d' Artag- 
nan corriendo. 
/ 
Mas de una vez habia contado á sus amigos 
la aventura que con este habia tenido en la po-' 
sada, y la aparicion de la hermosa viajera á: 
quien habia confiado aquel hombre una impor- 
tante mision. 
Athos creyó que su amigo habia perdido la | 
carta durante la pendencia, pues no podia figu- 
rarse que un caballero (y tal suponia al desco- 
nocido segun el retrato que de él le habia hecho): 
fuese capaz de cometer la villanía de robar una 
carta. 
Porthos no veia en todos los incidentes de 
aquella aventura, mas que una cita amorosa, 
dada por un caballero á una dama, ó por una 
dama á un caballero, la cual habia estorbado la 
presencia del gascon y de su amarillento caballo. 
Por lo que hace á Aramis, decia, que siendo 
misteriosos todos estos acontecimientos, era can- 
sarse en balde tratar de esclarecerlos. 
Los dos mosqueteros comprendieron al ins- 
MUSEO DE NOVELAS. 
LOS TRES MOSQUETEROS 
(Continuacion). 
lante por las palabras de d'Artagnan el asunto 
que llamaba su atencion de aquella manera; y 
como calcularon que regresaria despues de ha- 
berle hablado, ó perdido de vista, continuaron 
subiendo. 
Al entrar en la habitacion, la hallaron desier- 
ta, pues el dueño, temiendo las consecuencias 
que pudieran resultar de aquel encuentro, creyó 
que lo mas oportuno y mas análogo á su carácter 
era tomar las de villadiego. 
GAPEEULO EX 
D'Artagnan empieza á figurar. 
J OMO lo habian previsto Athos * 
(Z y Porthos, d'Artagnan volvió 
al cabo de una hora. - 
Tambien en esta ocasion se 
le escapó su enemigo desapa- 
és reciendo como por encanto. 
D'Artagnan habia corrido es- 
pada en mano todas las calles inmediatas sin 
encontrar al que buscaba; en seguida, haciendo 
lo que debia haber ejecutado desde el principio, 
fué á llamar á la puerta donde habia visto para- 
do al desconocido; pero aunque dió mas de una 
docena de aldabazos, nadie respondió á su lla- 
mada, y los vecinos que se habian asomado á 
las ventanas y salido á sus puertas á causa del 
ruido, le aseguraron que aquella casa estaba 
deshabitada hacia mas de seis meses. 
Mientras que d'Artagnan corria las calles y 
llamaba á todas las puertas, Aramis se habia 
reunido con sus dos compañeros; de modo que 
al volver el jóven gascon halló la sociedad com- 
pleta. 
—¿Qué sucede? dijeron á la vez los tres mos- 
queleros viéndole entrar cubierto de sudor y 
'trastornado el semblante por la cólera. 
—¿Qué sucede? Nada, contestó tirando la es- 
'pada sobre el lecho: es necesario que ese hom- 
_bre sea el mismo demonio, pues ha desaparecido 
  
Como un fantasma, como una sombra, como un 
espectro. | S. | 
_ —¿Creeis en apariciones? preguntó Athos 4 
¡Porthos. 
—Solo creo lo que veo, y como jamás las he 
visto, no puedo creer en ellas. 
—La Biblia repuso Aramis, nos impone esla 
creencia: la sombra de Samuel se apareció á: 
Saul, lo cual es un artículo de fé de que sentiria 
mucho dudase Porthos. ? 
—De todos modos, hombre ó demonio, cuerpo 
¡Ó sombra, ilusion ó realidad, ese hombre parece 
  
 
	        
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