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MUSEO DE NOVELAS.
LOS TRES M OSO UETEROS |y dArlagnan parecia decidido á dejar este honor
(Continuacion).
Interrumpióle el jesuita viendo que desatina-'
ba y dijo: Así vuestra tesis agradará á las damas,
eso es todo; tendrá el éxito mismo que un ale-
gato de un abogado novel orador.
tado.
—Ya lo veis, esclamó el jesuita; el mundo
habla todavía muy alto á vuestro Corazon; alti-|
suma voce. Vos seguís al mundo, amigo mio, y.
temo mucho que la gracia no sea eficaz.
—Tranquilizaos, mi reverendo, yo respondo
de mí.
—¡Presuncion mundana!
irrevocable.
tesis?
—Me siento llamado á tratar esta y no otra al-
ñana quedareis satisfecho de las correcciones que
haya hecho conforme á vuestros consejos.
—Trabajad lentamente, dijo el cura; os deja-
mos en las mas escelentes disposiciones.
—Sí, el terreno está bien sembrado, dijo el je-
suila, y no debemos temer que una parte de la
simiente haya caido sobre la piedra, la otra en.
á su amigo:
—Ya lo veis, dijo Aramis, vuelvo á mis ideas
fundamentales.
—Si, la gracia eficaz os ha tocado, como decia
hace poco ese eclesiástico.
— ¡0h! estos planes de retiro datan de mucho
tiempo, y ya me habreis oido hablar de ellos, ¿no
—Pluguiera á Dios, esclamó Aramis transpor- ]
es verdad, amigo mio?
—Seguramente; pero os lo confieso, he creido
que hablabais de broma.
—¿En estos asuntos”? ¡Oh! ¡d'Artagnan!
—¡Cáspita! Tambien se chancea uno con la
muerte.
—Y se hace muy mal, d'Artagnan, porque la
muerte es la puerta que conduce á la perdicion
¡Óá la salvacion eterna.
—Yo me conozco, padre mio, mi resolucion es
—Estoy conforme, pero si os parece, no ha-
'blemos mas de teología, Aramis; debeis tener
—¿Entonces os obstinais en proseguir esta.
bastante para todo el dia; en cuanto á mí, casi
he olvidado el poco latin que aprendí en otro
tiempo; además, os lo confieso, no he comido nada
guna; voy pues á continuarla, y espero que ma-
el camino, y que las aves del cielo se hayan co-'
mido el resto. 4ves coeli comederunt illam.
—El diablo te lleve con tu latin, dijo d'Arta-
gnan, que conocia que se le apuraba la paciencia.
-—Adios, hijo mio, dijo el cura, hasta mañana.
-—Hasta mañana, jóven temerario, dijo el je-
suita; prometeis ser una de las lumbreras de la
fuego devorador.
D'Artagnan que durante una hora se habia roido
las unas de impaciencia, empezaba ya á mor-
derse la carne.
Los dos eclesiásticos se levantaron, saludaron
á Aramis y á d'Artagnan, y se adelantaron há-
cia la puerta. Bazin que se mantenia de pié, y
que habia escuchado toda aquella controversia
con un piadoso júbilo, corrió hácia ellos, tomó el
breviario del cura, y el misal del jesuita, y mar-
c£ó respetuosamente como su guia para facili-
tarles el camino.
- Aramis los condujo hasta el fin de la escalera
y pronto volvió á subir para reunirse á d'Arta-
gnan, quien creia estar todavía soñando.
Cuando quedaron solos los dos amigos, guar-
daron un silencio embarazoso; sin embargo, era
preciso que alguno de ellos lo rompiese primero,
desde esta mañana á las diez, y tengo un hambre
de todos los diablos.
—Al instante comeremos, querido amigo; solo
acordaos de que hoy es viernes, y que en seme-
jante dia no puedo comer, ni ver comer carne.
Si quereis contentaros con mi comida, esta se
compone de tetrágonos cocidos y frutas.
—¿Qué es eso de tetrágonos? preguntó d'Ar-
tagnan con inquietud. d
—Son espinacas, contestó Aramis: pero aña-
diré para vos unos huevos, y es una grave in-
fraccion de la regla; porque los huevos son carne;
supuesto que engendran el pollo. 2
—La comida no es muy sustanciosa; pero su-
0 'plirá el gusto de estar en vuestra compañía.
Iglesia; quiera el cielo que esa luz no sea un.
¡sino aprovecha á vuestro cuerpo, estad seguro
—0Us agradezco el sacrificio, dijo Aramis; pero
¡que aprovechará á vuestra alma.
—¿Conque, decididamente, Aramis, entrais
en religion? ¿Qué van á decir nuestros amigos:
¡que va á decir Treville? os tratarán de desertor,
os lo prevengo.
—No entro en religion, sino que vuelvo á ella.
Habia desertado de la Iglesia para entrar en el
mundo, porque sabeis que me hice violencia para
tomar la casaca de mosquetero.
—Yo nada sé. A
—¿Ignorais como dejé el seminario?
—De un todo.
—He aquí mi historia; por otra parte las es-
crituras dicen: «Confesaos los unos á los otros,»
y yo me confieso á vos, d'Artagnan.
—Y yo os doy la absolucion de antemano, ya
sabeis que soy hombre de razon.
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