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EL AMORE
DE UN PESCADOR
(Continuacion).
Sin embargo, nuestro casamiento ofrecia algu-
nas dificultades. La madre de María era rica. Yo
no y, además, era huérfano. Mi hermano mayor,
Cesáreo, era el que me habia servido de padre,
el que me habia educado. ¡Qué corazon mas no-
ble tenia Cesáreo! ¡qué bueno era...! ¡Pobre her-
mano mio...! El fué quien, en compañía del se-
ñor cura, con la madre de María fué á tratar de
la cuestion de nuestro matrimonio.
Esta respondió:
—Yo habia jurado que mi hija no se casaria
sino con uno que fuera tan rico como nosotros.
Pero ¡cómo quereis que cumpla mi juramento si
veo que María y Pedro se aman tanto!
Y tenia razon la buena vieja.
VIII.
Al llegar á este punto de su narracion, Pedro
dejó escapar un sollozo, y ví brillar una lágrima
en sus ojos.
¡Pero -mi pescador era fuerte! Apenas tuve
tiempo para apretarle afectuosamente la mano,
MUSEO DE NOVELAS.
¡sábamos en los que estaban mar adentro. La
felicidad le vuelve á uno egoista..... Bailábamos.
De pronto nos encontramos deslumbrados por
la viva luz de un relámpago..... oimos el seco y
prolongado ruido de un espantoso trueno. .... y
despues grandes voces que decian:
—¡Hay una barca en la costa!..... ¡vá á estre-
llarse!..... ¡Es la barca de Cesáreo!
Yo estaba ya en la playa.
¡Qué tempestad, Dios mio!..... No se recorda-
ba otra semejante, ni he visto despues ninguna
parecida.
Hice todo lo que humanamente puede hacer
un hombre para llegar hasta la barca. Tres veces
consecutivas me precipité en el enfurecido mar.
¡La tercera vez, por poco me quedo en él. Se me
retiró de allí magullado, perdido el conocimien-
to, casi muerto. Pero, no..... ¡ay! ¡no era yo el
que tenia que morir!
¡Era Cesáreo!
- Guando recobré el sentido, ví 4 mi pobre her-
mano tendido entre las rocas y completamente
ensangrentado; solo tuvo fuerzas para decirme:
—Pedro, sé el hermano de mi mujer; sé el
padre de mis hijos.
-—¡Cesáreo, te lo juro! contesté.
Y, á lo menos, murió tranquilo.
IX.
cuando él habia ya dominado su emocion y con-.
tinuaba de este modo:
—¡Figuraos si Marieta y yo estaríamos con-
tentos!... ¡pues y mi hermano Cesáreo!... ¡v el
| ¡y
señor cura!... ¡y todo el pueblo!... Porque la
verdad es que todos nos querian mucho... Claro.
¡es uno tan bueno cuando ama!...
Hubo una especie de fiesta. Algunos dias des-
pues celebramos los esponsales. ¡Qué hermoso
dia fué tambien aquel! Pero ¡ay! debia ser el
último dia feliz de nuestra vida.
Era un dia de entre semana. Como era natu-.
ral, yo no habia ido al mar. Cesáreo queria tam-
bien quedarse, pero Cesarina le obligó á mar-
char. Hay algunos que la han acusado de esto,
pretendiendo que el trabajar en dia festivo acar-
rea muchas desgracias.... Pero no tenian razon.
Cesarina era madre..... Sus dos hijos eran aun
muy pequeños..... y antes que todo era preciso
hacer de modo que no les faltara un pedazo de
ps
.
y
pan.
anochecer, el cielo se cubrió de negros y espe-
sos nubarrones. La atmósfera estaba impregna-
da de electricidad. Se respiraba ese olor especial.
que anuncia la tempestad. Pero nosotros no pen-.
El dia lo pasamos muy bien. Pero hácia el
Como comprendereis muy bien, este aconte-
cimiento hizo que se suspendieran todos los pre-
parativos de la boda. i
María y yo nos habíamos despedido diciéndo-
hos: Hasta luego.
Al entrar en mi casa, habia besado á los hijos
de mi hermano... á mis hijos.
Habia dado la mano á Cesarina.
Para mí era lo mismo que si hubiera firmado
una escritura delante de todos los notarios del
mundo.
Transcurrieron seis meses.
Empezaba á volverse á hablar de nuestro ca-
samiento. :
Pero yo..... no se porqué..... sin duda por un
secreto presentimiento..... no me atrevia á ha-
¡blar de él ni á la Cesarina ni á la madre de
María.
Esta fué la primera en hablarme de él.
"Pedro, me dijo ¿has adoptado los hijos de tu
hermano?
—Sí, madre Juana.
«Y su mujer tambien?
—8Si... madre Juana... tambien su mujer.
(Se continuará).
Gracia: Tip. de J. Aleu y Fugarull, Sta. Teresa, 10,