MUSEO DE
dega herido como estaba; entonces, su amo, ha-
biéndole recibido, volvió á atrincherar la puerta,
y nos ordenó que nos marchásemos á nuestra
tienda.
—Pero en fin, esclamó d'Artagnan, ¿dónde |
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está Athos?
—Señor, en la bodega.
dega al cabo de tanto tiempo!
-—i¡Justo cielo! ¡No,
allí. ¡Ah! si pudieseis hacerle salir, señor, 0s €s-
taria reconocido toda mi vida, os adoraria como
á mi protector.
—Entonces si está allí, ¿le podré encontrar*
—Seguramente, señor; se ha obstinado en que- |
darse. Todos los dias se le pasa por la lumbrera
el pan en la punta de una horquilla, y la carne
cuando la pide; pero ¡ay! no es de pan ni de cat-
ne de lo que hace mayor consumo. Una vez traté
de bajar con dos mozos, pero se puso furioso. Oi
el ruido que hizo al armar sus pistolas, y el de
su mosquete que cargaba su criado. Enseguida,
cuando le preguntamos cuales eran sus intencio-
nes, el amo respondió que él y su lacayo tenian
cuarenta tiros disponibles, y que los gastarian
todos, antes que permitir que uno solo de nos-
otros pusiese el pié en la bodega. Entonces, se-
ñor, fuí á quejarme al gobernador, quien me
respondió que no me sucedia mas que lo que
merecia, y que esto me enseñaria á insultar á los
respetables señores que se apean en mi posada.
—;¿De suerte que desde entonces?*..... repuso
d'Artagnan, no pudiendo menos de reir viendo
la cara lastimosa que ponia su huésped.
—De suerte que desde entonces, señor, conti-
nuó este último, traemos la vida mas triste que
se pueda ver, porque es preciso que sepais que
todas nuestras provisiones están en la bodega: allí
tenemos vino en botellas y en pipas, allí la cer-
veza, el aceite, tocino, morcilla, y demás provi-
siones, y como nos está prohibido bajar, nos
vemos en la dura precision de no poder dar de
comer ni de beber á los viajeros que llegan, y
resulta que cada dia va perdiendo mas mi posa-
da. Una semana mas que esté vuestro amigo en
la bodega, y quedamos arruinados completa-
mente.
—Y llevarás tu merecido, perillan. ¿No cono-
cisteis en la cara que somos gentes de distincion,
y no falsarios, dí? j
—Si, señor, teneis razon, dijo el posadero, pero
mirad, mirad como se enfurece.
—Sin duda le habrán molestado, dijo d'Arta-
gnan. e ]
—Pero es indispensable que se le moleste, es-
| señor, nosotros retenerlo
en la bodega! ¡Ah! no sabeis lo que está haciendo
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'mosquete cargado, se aproximó al lugar de la
NOVELAS. 179
'clamó el huésped; acaban de llegarnos dos caba-
| lleros ingleses.
- —¿Y qué tenemos con esto?
-—Que á los ingleses les gusta el vino, como ya
sabreis, señor, y estos han pedido del mejor. Por
consiguiente, mi mujer habrá pedido permiso al
señor Athos para entrar en la bodega, á fin de
—¡Cómo, miserable, aun le reteneis en la bo- |
como de costumbre. ¡Ah! ¡bondad divina! oid
¡cual se aumenta la algazara.
satisfacer áesos caballeros; y se lo habrá negado
D'Artagnan, en efecto, oyó un gran ruido en
la parte de la bodega; se levantó y precedido del
huésped y seguido de Planchet, que llevaba su
| escena.
Los dos caballeros estaban exasperados; habian
hecho una larga jornada, y se morian de hambre
y de sed.
—¡Es una tiranía! esclamaban en muy buen
francés, aunque con acento estranjero, que ese
caballero loco no permita á estas buenas genles
que vendan su vino. Pues bien, forzaremos la
puerta, y si acaso está muy furioso, lo mata-
remos.
—Esto lo veremos, señores, dijo d'Artagnan,
“sacando las pistolas de su cintura, pues aquí es-
toy yo para impedirlo. ES
—Bueno, bueno; decia detrás de la puerta la
voz pacífica de Athos, dejad entrar á esos traga
niños, y luego veremos.
Aunque parecian valientes los dos caballeros
ingleses, se miraron vacilando; se hubiera dicho
que habia en aquella bodega uno de esos ogros
'famélicos, gigantescos prolagonistas de las le-
| yendas populares, y cuyas cuevas nadie fuerza
¡impunemente.
Hubo un momento de silencio, pero los dos
ingleses tuvieron vergúenza de retroceder, y el
mas jactancioso, bajó los cinco ó seis pasos de la
escalera, y dió á la puerta una patada capaz de
derribar una muralla.
—Planchet, dijo d'Artagnan cargando sus pis-
tolas, yo me encargo del que está allá arriba,
encárgate tú del que está ahí abajo. ¡Hola! seño-
res, quereis pendencia, pues ahora la tendreis.
—:¡Qué es esto! esclamó Athos, me parece oir
la voz de d'Artagnan. :
—En efecto, dijo d'Artagnan alzando la voz,
yo soy, amigo mio. |
—;¡Ah! bueno, dijo Athos, ¡entonces vamos á
dar algo que hacer á estos forzadores de puertas!
Los caballeros habian sacado sus espadas, pero
se encontraban cogidos entre dos fuegos; vacila-
ron todavía, pero como la primera vez, pudo mas
el orgullo, y una segunda patada hizo crujir la
puerta en toda su altura.
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