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de repente; pero no fué mas que un relámpago, |
y volvió á parecer empañada y vaga como antes. |
—Es verdad; no he amado nunca. es
—Veis, entonces, corazon de piedra, dijo
d Artagnan, que no teneis razon en ser duro.
para los que tenemos el corazon tierno. |
—¡Hl corazon tierno! ¡El corazon traspasado!
dijo Athos. |
—¿Qué decís? |
—Digo que el amor es una lotería, en la que
el que gana, gana la muerte. Sois muy dichoso.
en haber perdido, creedme mi querido d'Arta-
gnan. Y si he de daros un consejo es que procu-=
reis perder siempre. |
—¡Parecia amarme tanto!
—¡Ah! parecia.
—¡0h! ¡me amaba! |
—Jóven, no hay un hombre que no haya crei-
do como vos, que sn amada le amaba, y no ha
habido tampoco ninguno, que no haya sido en-
gañado por su amada.
—Escepto vos, Athos, que no la habeis tenido
DUnCca.
—Es verdad, dijo Athos, despues de un mo-
mento de silencio, nunca he lenido ninguna. Be-
bamos.
—Pues entonces, señor filósofo, dijo d'Arta-
gnan, instruidme, porque tengo necesidad de ser '
instruido y consolado.
—Consolado, ¿y de qué?
—De mi desgracia.
—Vuestra desgracia causaria risa, dijo Athos
encogiéndose de hombros; desearia saber qué
diriais si os contase una historia de amor.
—¿De vos?
—/0 de un amigo, ¿qué importa esto?
—Decid, Athos, decid.
—Mejor será que bebamos.
—Bebed y contad.
—ls verdad, las dos cosas se pueden hacer
juntas, dijo Athos vaciando y volviendo á llenar
su vaso; las dos cosas se pueden hacer perfecta-
mente á la par. |
- —0s escucho, dijo d'Artagnan.
Athos se recogió y á-medida que se reconcen-
traba, d'Artagnan le veia perder el color; se ha-
llaba en aquel estado de embriaguez en que los
bebedores vulgares caen y se duermen. Pero él
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soñaba en alta voz y despierto. Aquel sonambu-
lismo de la embriaguez tenia algo de aterrador.
—¿Lo quereis absolutamente? le preguntó.
—06s lo suplico, dijo d'Artagnan.
. Ñ—Pues sea como deseais. Uno de mis ami-
gos... un amigo, ¿lo entendeis bien? pero no yo,
dijo Athos interrumpiéndose con una sombría
sonrisa; uno de los condes de mi provincia, es
NOVELAS.
decir de Berry, noble como un Dándolo, ó un
Montmorency, se enamoró á los veinte y cinco
¡años de una jóven de diez y seis, bella como los
amores. Al través de la sencillez de su edad,
traslucíase un talento ardiente, un talento, no
de mujer, sino de poeta; aquella mujer no agra-
daba, sino que embriagaba. Vivia en una peque-
Ba villa con su hermano, que era cura. Ambos
habian llegado á aquel pais sin saber de dónde
venian; pero viéndola á ella tan hermosa y á su
hermano tan piadoso, nadie pensaba en pregun-
tarles de dónde eran. Además, parecian de buen
nacimiento. Mi amigo, que era señor de la villa,
hubiera podido seducirla de grado ó á la fuerza,
como hubiera querido, pues era el amo: ¿quién
se hubiera atrevido á defender á dos'estranjeros,
4 dos desconocidos? Desgraciadamente era hom-
bre de buenos sentimientos, y se casó con ella.
¡Nécio, tonto, imbécil!
—Pero ¿por qué decís eso, supuesto que la
amaba? dijo d'Artagnan.
—0id, dijo Athos, la llevó á su palacio, y la
hizo la primera señora de la provincia; y es me-
nesler hacerle justicia, sabia mantener su rango.
—¿Y qué mas? pregunté. d'Artagnan.
—c«ierto dia que habiar salido á cazar con su
marido, continuó Athos en voz baja y hablando
muy de prisa, cayó del caballo y se desmayó; el
7 precipitó á dar'a ausilio, y como le
uprelasen demasiado. los Vestidos, los cortó con
el cuchillo de caza y le descubrió el hombro.
¿Adivinad lo que tenia en el hombro, d'Artag-
nan? dijo Athos dando ura gran carcajada.
—¿Cómo puedo yo saberlo? dijo d'Artagnan.
—Una flor de lis; dijo Athos. Estaba mar-
cada.
Y bebió de un solo trago el vaso que tenia en
la mano.
— ¡Qué horror! esclamó d'Artagnan, ¿que es lo
que decís: y
—La ve. lad, querido mio, el ángel era un de-
monio, la pobre jóven habia cometido un robo.
—¿Y qué hizo el conde? a
—HEl conde era un gran señor, y en su juris-
diccion tenia derecho de horca y cuchilla: acabó
de desgarrar los vestidos de la condesa, la amar-
ró las manos detrás, y la colgó de un árbol.
— ¡Cielos! Athos, ¡un asesinato! esclamó d'Ar-
tagnan.
—Sí, un asesinato, ni mas ni menos dijo
[|Athos, pálido como la muerte. Pero me dejan
sin vino. :
Y Athos cogió la última botella que le queda-
ba, la acercó á la boca y la bebió de un trago
como hubiera hecho con un vaso comun. !
En seguida dejó caer la cabeza entre ambas