Full text: no. 23 (1883,23)

  
  
  
  
  
182 MUSEO DE 
de repente; pero no fué mas que un relámpago, | 
y volvió á parecer empañada y vaga como antes. | 
—Es verdad; no he amado nunca. es 
—Veis, entonces, corazon de piedra, dijo 
d Artagnan, que no teneis razon en ser duro. 
para los que tenemos el corazon tierno. | 
—¡Hl corazon tierno! ¡El corazon traspasado! 
dijo Athos. | 
—¿Qué decís? | 
—Digo que el amor es una lotería, en la que 
el que gana, gana la muerte. Sois muy dichoso. 
en haber perdido, creedme mi querido d'Arta- 
gnan. Y si he de daros un consejo es que procu-= 
reis perder siempre. | 
—¡Parecia amarme tanto! 
—¡Ah! parecia. 
—¡0h! ¡me amaba! | 
—Jóven, no hay un hombre que no haya crei- 
do como vos, que sn amada le amaba, y no ha 
habido tampoco ninguno, que no haya sido en- 
gañado por su amada. 
—Escepto vos, Athos, que no la habeis tenido 
DUnCca. 
—Es verdad, dijo Athos, despues de un mo- 
mento de silencio, nunca he lenido ninguna. Be- 
bamos. 
—Pues entonces, señor filósofo, dijo d'Arta- 
gnan, instruidme, porque tengo necesidad de ser ' 
instruido y consolado. 
—Consolado, ¿y de qué? 
—De mi desgracia. 
—Vuestra desgracia causaria risa, dijo Athos 
encogiéndose de hombros; desearia saber qué 
diriais si os contase una historia de amor. 
—¿De vos? 
—/0 de un amigo, ¿qué importa esto? 
—Decid, Athos, decid. 
—Mejor será que bebamos. 
—Bebed y contad. 
—ls verdad, las dos cosas se pueden hacer 
juntas, dijo Athos vaciando y volviendo á llenar 
su vaso; las dos cosas se pueden hacer perfecta- 
mente á la par. | 
- —0s escucho, dijo d'Artagnan. 
Athos se recogió y á-medida que se reconcen- 
traba, d'Artagnan le veia perder el color; se ha- 
llaba en aquel estado de embriaguez en que los 
bebedores vulgares caen y se duermen. Pero él 
| 
  
  
soñaba en alta voz y despierto. Aquel sonambu- 
lismo de la embriaguez tenia algo de aterrador. 
—¿Lo quereis absolutamente? le preguntó. 
—06s lo suplico, dijo d'Artagnan. 
. Ñ—Pues sea como deseais. Uno de mis ami- 
gos... un amigo, ¿lo entendeis bien? pero no yo, 
dijo Athos interrumpiéndose con una sombría 
sonrisa; uno de los condes de mi provincia, es 
  
  
NOVELAS. 
decir de Berry, noble como un Dándolo, ó un 
Montmorency, se enamoró á los veinte y cinco 
¡años de una jóven de diez y seis, bella como los 
amores. Al través de la sencillez de su edad, 
traslucíase un talento ardiente, un talento, no 
de mujer, sino de poeta; aquella mujer no agra- 
daba, sino que embriagaba. Vivia en una peque- 
Ba villa con su hermano, que era cura. Ambos 
habian llegado á aquel pais sin saber de dónde 
venian; pero viéndola á ella tan hermosa y á su 
hermano tan piadoso, nadie pensaba en pregun- 
tarles de dónde eran. Además, parecian de buen 
nacimiento. Mi amigo, que era señor de la villa, 
hubiera podido seducirla de grado ó á la fuerza, 
como hubiera querido, pues era el amo: ¿quién 
se hubiera atrevido á defender á dos'estranjeros, 
4 dos desconocidos? Desgraciadamente era hom- 
bre de buenos sentimientos, y se casó con ella. 
¡Nécio, tonto, imbécil! 
—Pero ¿por qué decís eso, supuesto que la 
amaba? dijo d'Artagnan. 
—0id, dijo Athos, la llevó á su palacio, y la 
hizo la primera señora de la provincia; y es me- 
nesler hacerle justicia, sabia mantener su rango. 
—¿Y qué mas? pregunté. d'Artagnan. 
—c«ierto dia que habiar salido á cazar con su 
marido, continuó Athos en voz baja y hablando 
muy de prisa, cayó del caballo y se desmayó; el 
7 precipitó á dar'a ausilio, y como le 
uprelasen demasiado. los Vestidos, los cortó con 
el cuchillo de caza y le descubrió el hombro. 
¿Adivinad lo que tenia en el hombro, d'Artag- 
nan? dijo Athos dando ura gran carcajada. 
—¿Cómo puedo yo saberlo? dijo d'Artagnan. 
—Una flor de lis; dijo Athos. Estaba mar- 
cada. 
Y bebió de un solo trago el vaso que tenia en 
la mano. 
— ¡Qué horror! esclamó d'Artagnan, ¿que es lo 
que decís: y 
—La ve. lad, querido mio, el ángel era un de- 
monio, la pobre jóven habia cometido un robo. 
—¿Y qué hizo el conde? a 
—HEl conde era un gran señor, y en su juris- 
diccion tenia derecho de horca y cuchilla: acabó 
de desgarrar los vestidos de la condesa, la amar- 
ró las manos detrás, y la colgó de un árbol. 
— ¡Cielos! Athos, ¡un asesinato! esclamó d'Ar- 
tagnan. 
—Sí, un asesinato, ni mas ni menos dijo 
[|Athos, pálido como la muerte. Pero me dejan 
sin vino. : 
Y Athos cogió la última botella que le queda- 
ba, la acercó á la boca y la bebió de un trago 
como hubiera hecho con un vaso comun. ! 
En seguida dejó caer la cabeza entre ambas 
 
	        
© 2007 - | IAI SPK

Note to user

Dear user,

In response to current developments in the web technology used by the Goobi viewer, the software no longer supports your browser.

Please use one of the following browsers to display this page correctly.

Thank you.