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los huérfanos de tu hermano, una parte del pro-
ducto de tu pesca parte que podrá ser tan
grande como tu buen corazon desee... Ya ves
que no es el interés el que me hace hablar de
....o.
este modo... Pero conozco mucho á la Cesarina |
¿sabes”... y jamás consentiré que mi hija vaya
á vivir á su casa, ni que Cesarina venga á vivir
á la nuestra.
Estas últimas palabras acababan de abrir un |
abismo bajo mis plantas. Yo tambien conocia,
por desgracia, á Cesarina
prendia ahora que Cesarina y Marieta, no po-
dian ni debian vivir juntas.
Sin embargo, balbuceé:
—Madre Juana.....
—No me opongo en manera alguna á vuestro
casamiento, repuso la anciana con solemne y re-
posado acento. No hago mas que decirte la con-
dicion con que podrá realizarse..... eso es todo.
Lo..o
Ya sabes que no tengo mas que una palabra, |
pero tampoco tengo mas que una voluntad.
Y lo que es esto es verdad, todo el pueblo lo |
sabe... La madre Juana es una verdadera matro-
na antigua.
—Tú eres, pues, quien debe decidir de tu
suerte y de la de mi hija, añadió despues.
Yo levanté la cabeza... María estaba delante
de mí, mirándome fijamente.
No me quedaba otra alternativa que perderla
para siempre, ó ser perjuro.
¡Oh! señor, no concibo como puede uno sobre-
vivir á momentos como aquel. Los oidos me
zumbaban como si hubiera tenido calentura...
veia llamas rojas y azules..... me faltaba aire...
no podia respirar..... ¡me ahogaba!..... ¡Mi ca-
beza, mi corazon, mi alma, todo me parecia que
iba á estallar á la vez!
—Pedro, añadió la madre Juana, Pedro, es
preciso que contestes. ¿Quieres quedarte solo con
la Cesarina?... ¿quieres venir solo aquí?... Escoje.
Mi primer impulso fué abrir la boca para de-
cir: Me quedo... ¡Héme aquí!
Pero mi boca se negó á pronunciar estas pala-
bras... En el mismo momento en que me decia:
Despues de todo daré dinero, mucho dinero, á
los pobres niños y á Cesarina... me pareció que
el cadáver de mi hermano se levantaba delante
de mí, pálido, ensangrentado, como en la noche
de la tempestad, pero mucho mas triste, inóo-
modado y diciéndome en tono de reproche: «No
es eso lo que me habias prometido, Pedro... ¡No,
nO... No es eso! » j
Entonces hice un esfuerzo supremo... un es-
fuerzo que no sé como no me mató mil veces...
y con un acento triste, pero firme contesté:
—Madre Juana... ¡lo he jurado!
Yo tambien com- |
MUSEO DE NOVELAS.
| Despues, salí de allí á todo correr, como un
loco.
|
|
| X.
En medio de mi delirio habia sentido la mano
de María que estrechaba mi mano, habia oido
la voz de María que murmuraba á mi oido:
' —Muy bien, Pedro... muy bien... eres un
¡hombre honrado.
- Durante todo un año repetí yo estas palabras
¡que me parecian una esperanza, ya que no la pro-
¡mesa de que María lograria enternecer algun
dia el corazon de su madre, de que llegaria tal
¡vez á encontrar el: medio de ponernos á los dos
¡de acuerdo.
Yo me decia esto... sí... pero evitaba en lo po-
¡sible el encontrar á María... En aquella época
¡aun éramos jóvenes... ¡y yo padecia tanto!...
Para animarme contemplaba á mis hijos, los
¡llenaba de caricias ¡los amaba tanto!
¡Ob! ¡es que ellos eran los únicos séres en
quienes podia entonces concentrar mi cariño!
Sin embargo, habia momentos en que su
¡presencia me daba rabia, me volvia loco, y los
¡apartaba de mí, porque los consideraba como la
“causa viva de todas mis desgracias, como el obs-
'táculo insuperable que se oponia á la realizacion
¡de mi felicidad.
¡Pobres criaturas!
Pero no tardaba en recobrar el dominio sobre
mí mismo, y en volver al camino que me traza-
¡ba mi deber. '
¡Oh! lo que es eso, sí: tengo la seguridad de
haberlo cumplido religiosamente, y creo que mi
hermano Cesáreo, que está en el cielo, debe es-
tar satisfecho de mi conducta...
¿No es verdad, caballero... no es verdad...?
Vos lo habeis visto. Para la Cesarina soy un her-
'¡hiano como hay pocos... Para los niños soy un
verdadero padre.
Greo que los amo doblemente por dos razo-
nes... porque son los hijos de Cesáreo... y por-
que me recuerdan sin cesar la causa de mi eterno
dolor. | ]
Pero, retrocedamos algun tiempo... volvamos
á los dias que siguieron á aquel en que salí cor-
riendo de casa de la madre J uana, al tiempo
en que María y yo aun no nos habíamos vuelto
á hablar. | :
¿Cuántos meses pasaron de aquel modo? En-
tonces me hubiera sido de todo punto imposible
precisarlos: habia perdido el sentimiento de todo;
me habia convertido en una especie de idiota.
(Se continuará).
Gracia: Tip. de J.'Aleu y Fugarull, Sta. Teresa, 10.
AÁAAAAAA A A A