306
(Continuacion).
Y sin embargo, á pesar de esta seduccion, rmi-
lady podia errar, pues Felton estaba prevenido.
Desde entonces vigiló todas sus acciones, todas
sus palabras, hasta su mas simple mirada, sus
ademanes, y su respiracion que pudiesen inter-
pretar como un suspiro. Por último, todo lo estu-
dió, como bace un hábil cómico, ¡1 quien acaban
de dar un papel nuevo que no ha acostumbrado
nunca desempeñar.
Su conducla en presencia de lord de Winter,
era mas fácil; así es que desde la vispera habia
ya decidido cuál debia ser. Permanecer muda y
digna; alguna vez irrilarle con un afectado des-
den, con una palabra despreciativa, incilarle á
prorumpir en amenazas y violencias, que hicie-
sen contraste con su propia resignacion; tal era
su proyecto. Felton veria; tal vez no diria nada;
pero veria.
Hácia el medio dia entró lord de Winter.
Hacia un hermoso dia de verano, y un rayo
de ese sol pálido de Inglaterra, que alumbra,
pero que no quema, penetraba en la habitacion
al través de los hierros.
Milad y estaba mirando por la ventana, y fin-
gio no oir la puerta que se abria.
— ¡Ah! ¡ah! dijo lord de Winter: dospdes de
haber representado una comedia, quisisteis re-
presentar la tragedia, y ahora tratais de repre-
sentar un drama sentimental.
La prisionera no respondió nada.
="Si, sí, continuó lord de Winter, ya compren-
do; bien deseariais hallaros libre en ese rio, en
un buen buque y hender las olas de esa mar
verde como la esmeralda; bien deseariais, sea en
la maró en lu tierra, dirigirme una de esas em-
boscadas que sabeis combinar tan bien. ¡Pacien-
cia! dentro de cuatro dias os será permitido an-
dar por el rio, la mar os será navegable, mas de
lo que quisierais, pues dentro de cuatro dias
quedará la Inglaterra desembarazada de vos.
Milady juntó las manos, y levantó los ojos al
cielo.
—Senor, Señor, dijo con una angelical suavi-
dad de ademan y de entonacion, ¡perdonad á este
hombre como yo le perdono!
—¡Sí, reza, maldita! esclamó el baron, tu sú-
plica es tanto mas generosa, cuando que. estás,
te lo juro, en poder de un hombre que no te per-
donará.
Y al decir esto salió.
Al mismo tiempo dirigió milady una mirada
penetrante hácia la puerta medio abierta, y dis-
MUSEO DE NOVELAS.
im LOS TRES MOSQUETEROS
tinguió á Felton que se apartaba rápidamente
para no ser visto por ella.
Entonces, milady cayó de rodillas, y se puso
á orar.
— ¡Dios mio! ¡Dios mio! dijo, bien sabes por
qué santa causa sufro; dame suficiente fuerza
para ello.
La puerta se abrió con suavidad, la hermosa
proslernada aparentó no haberlo oido, y con
una voz medio sofocada por las lágrimas, con-
tinuó!
— ¡Dios vengador! ¡Dios de bondad! ¿permiti-
reis que se cumplan los horrorosos proyectos de
este hombre?
Al decir esto fingió oir los pasos de Felton, y.
levantándose con la rapidez del io se
ruborizó como si se avergonzara de haber sido
sorprendida de rodillas.
—No quiero molestar á los que rezan, señora,
dijo con gravedad Felton; no os incomodeis por
mí, os lo suplico.
—¿Cómo sabeis que yo rezaba, caballero? dijo
milady con voz sofocada por los sollozos, Os en-
gañais, yo no estaba rezando.
—Pensais, señora, repuso Felton con su mis-
ma voz grave, aunque con mas dulce acento,
que me creo con derecho de impedir á una cria-
tura que se postra ante su criador? No lo permita
Dios. Además que el arrepentirse es el deber de
los culpables, cualquiera que sea el crímen que
hayan cometido; y un culpable prosternado ante
su Dios es una persona sagrada para mí.
¡Culpable yo! dijo milady con una sonrisa
que hubiera desarmado al ángel del juicio final.
¡Culpable! ¡Dios mio! tú sabes si lo soy: decid
que me han condenado, caballero, enhorabuena;
pero bien lo sabeis, Dios que ama los mártires,
permite sin embargo, que algunas veces sean
condenados los inocentes.
—Seais condenada, inocente ó mártir, mayor
razon leneis para orar, y yo os ayudaré lambien
con inis súplicas.
—¡Oh! vos sois un justo, esclamó milad y pre-
cipitándose á sus piés; mirad, yo no puedo con-
tenerme por mas tiempo, pues creo que me han
de fallar las fuerzas en el momento supremo en
que me vea precisada á sostener la lucha, y con-
fesar mi fé; escuched la súplica de una mujer
desesperada. Os engañan, caballero, pero esto no
importa ahora; no 0s-pido mas que una gracia,
y si me la concedeis, os bendeciré en este mundo
y en el otro. SS
—Hablad á mi superior, señora, dijo Felton;
afortunedamente no estoy encargado ni de per-
donar, ni de castigar; á obro es á quien Dios ha
entregado esa responsabilidad.