Full text: Tomo 1 (01)

CARLOS SOLO 
do en su gabinete los objetos de curación 
que cada colono transvaaliano guarda siem. 
pre, en reserva se puso á prodigar al he- 
rida cuidados, acaso sin inexperimentarles 
pero que producirían su efecto. 
Durante este tiempo interrogaba á los 
criados. 
Estos se volvían contentos al trabajo, 
cuando encontraron el cuerpo del viejo ne- 
gro extendido en un barranco al borde del 
camino poco hacía trazado, que conducía á 
la quinta, En un principio creyeron que el 
viejo estaba muerto, pero por ciertos indi- 
cios que no desconocían, del todo estos ru- 
dos hijos de la naturaleza, habían compro- 
bado que la vida no había abandonado del 
todo aquel pobre cuerpo. Al mismo tiempo 
señalaron las señales del látigo sobre el cos- 
tado del desgraciado. Exprimieron en sus 
labios el jugo de una hierba de la que ellos 
conocían sus propiedades tónicas. Después 
emprendieron la conducción del cuerpo á 
la quinta. 
Esto era todo lo que sabían, todo lo que 
podían contar al presente. Pero en sus exa- 
gerados gestos, en su mímica exagerada, 
veíase claramente que pensaban del mismo 
modo que su amo. 
En su espíritu, el autor de este acto 
abominable, no era, no podía ser otro que 
Jim Blackbaern cuya gran brutalidad era 
conocida. 
En cuanto al vizconde de Blaisois puede 
decirse que había asistido á esta escena 
fingiendo apariencias de la más grande im- 
pasibilidad. 
- —¿Puedo seros do nadia preguntado 
al dueño de la casa. 
—No, señor. En este momento debéis « es- 
tar fatigado y probablemente tendréis ape- 
tito. Mi hija va á conduciros al comedor, 
donde Paméla os servirá la comida. 
Gaston se inclinó y seguido de la se- 
-— ñorita Zézette, que, bien á pesar suyo aban-. 
donó á su amigo Zimbo, para guiar por la 
casa al huesped de su padre. 
En la cocina se sirvió un almuerzo fru- 
gal al vizconde; éste. que era grandemente 
tragón entre sus cómplices, hizo honor por 
la forma. 
Con gran satisfacción. eE Cosas pasaron | 
conforme lo que había previsto. Y 
La señorita Zezétte impaciente por ten 
noticias de Zimbo, no tardó en desapart 
de la cocina y bien pronto seguido 
Paméla. 
El bandido se hallaba solo. : 
Este hombre esencialmente práctico, d 
cidió aprovecharse de la confusión que 
naba en la quinta. : 
La cocina en donde estaba, le intert: 
ba poco. 
Con el oído avizor se dispuso á 0 
tarse á la más pequeña alarma, y N 
las piezas laterales. 
Así que hubo llegado al despacho CU 
puerta había dejado el dueño abierta, C 
una mirada rápida, inquisitorial, inspecth 
nó la habitación. 
—Nada de particular—m:-rmuró—, 0 
que mis amigos los Blackbaern se han Y 
tido el dedo en el ojo y que mi nuf 
amo es realmente lo que parece; 'un 
bre decente, pero imbécil. 
Ya iba á retirarse cuando distinguió 
diamante que el señor Josselin crey! 
no tener por qué desconfiar de su coi 
triota lo dejó sobre la mesa. 
—¡Ah! ¡Ah! ¡Veamos, aquí está lo 1 
jor |—se dijo el bandido que sin más pr 
bulos se apoderó del guijarro. 
Repentinamente su ojo centel'eó. 
—No, verdaderamente, no me eng 
es un diamante auténtico... ¡CaraM 
¿quién habría pensado descubrir semeJ? 
fortuna en esta barraca? 
Los encorvados dedos del vizconde ac 
ciaban la preciosa piedra en todos sus 
tidos, su respiración era entrecortada 
rostro gesticulaba horriblemente. 
Aun un hombre tan sereno cedió 
fascinación, 
Y esta fascinación acababa al pon 
- desnudo los degradantes instintos qU 
bían hecho de este Po de 
lengo un hombre inicuo. do 
Un golpe que él creyó percibir en 1 
bitación contigua, le volvió á la rea 
El bandido comprendió la necesida 
ponerse en su. papel. Volvió de nue 
- sonrisa á sus labios; colocó el di 
en el sitio de donde lo había tomado 
! clamó : 
is e descuidado de Jossln! 
 
	        
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