CARLOS SOLO
do en su gabinete los objetos de curación
que cada colono transvaaliano guarda siem.
pre, en reserva se puso á prodigar al he-
rida cuidados, acaso sin inexperimentarles
pero que producirían su efecto.
Durante este tiempo interrogaba á los
criados.
Estos se volvían contentos al trabajo,
cuando encontraron el cuerpo del viejo ne-
gro extendido en un barranco al borde del
camino poco hacía trazado, que conducía á
la quinta, En un principio creyeron que el
viejo estaba muerto, pero por ciertos indi-
cios que no desconocían, del todo estos ru-
dos hijos de la naturaleza, habían compro-
bado que la vida no había abandonado del
todo aquel pobre cuerpo. Al mismo tiempo
señalaron las señales del látigo sobre el cos-
tado del desgraciado. Exprimieron en sus
labios el jugo de una hierba de la que ellos
conocían sus propiedades tónicas. Después
emprendieron la conducción del cuerpo á
la quinta.
Esto era todo lo que sabían, todo lo que
podían contar al presente. Pero en sus exa-
gerados gestos, en su mímica exagerada,
veíase claramente que pensaban del mismo
modo que su amo.
En su espíritu, el autor de este acto
abominable, no era, no podía ser otro que
Jim Blackbaern cuya gran brutalidad era
conocida.
En cuanto al vizconde de Blaisois puede
decirse que había asistido á esta escena
fingiendo apariencias de la más grande im-
pasibilidad.
- —¿Puedo seros do nadia preguntado
al dueño de la casa.
—No, señor. En este momento debéis « es-
tar fatigado y probablemente tendréis ape-
tito. Mi hija va á conduciros al comedor,
donde Paméla os servirá la comida.
Gaston se inclinó y seguido de la se-
-— ñorita Zézette, que, bien á pesar suyo aban-.
donó á su amigo Zimbo, para guiar por la
casa al huesped de su padre.
En la cocina se sirvió un almuerzo fru-
gal al vizconde; éste. que era grandemente
tragón entre sus cómplices, hizo honor por
la forma.
Con gran satisfacción. eE Cosas pasaron |
conforme lo que había previsto. Y
La señorita Zezétte impaciente por ten
noticias de Zimbo, no tardó en desapart
de la cocina y bien pronto seguido
Paméla.
El bandido se hallaba solo. :
Este hombre esencialmente práctico, d
cidió aprovecharse de la confusión que
naba en la quinta. :
La cocina en donde estaba, le intert:
ba poco.
Con el oído avizor se dispuso á 0
tarse á la más pequeña alarma, y N
las piezas laterales.
Así que hubo llegado al despacho CU
puerta había dejado el dueño abierta, C
una mirada rápida, inquisitorial, inspecth
nó la habitación.
—Nada de particular—m:-rmuró—, 0
que mis amigos los Blackbaern se han Y
tido el dedo en el ojo y que mi nuf
amo es realmente lo que parece; 'un
bre decente, pero imbécil.
Ya iba á retirarse cuando distinguió
diamante que el señor Josselin crey!
no tener por qué desconfiar de su coi
triota lo dejó sobre la mesa.
—¡Ah! ¡Ah! ¡Veamos, aquí está lo 1
jor |—se dijo el bandido que sin más pr
bulos se apoderó del guijarro.
Repentinamente su ojo centel'eó.
—No, verdaderamente, no me eng
es un diamante auténtico... ¡CaraM
¿quién habría pensado descubrir semeJ?
fortuna en esta barraca?
Los encorvados dedos del vizconde ac
ciaban la preciosa piedra en todos sus
tidos, su respiración era entrecortada
rostro gesticulaba horriblemente.
Aun un hombre tan sereno cedió
fascinación,
Y esta fascinación acababa al pon
- desnudo los degradantes instintos qU
bían hecho de este Po de
lengo un hombre inicuo. do
Un golpe que él creyó percibir en 1
bitación contigua, le volvió á la rea
El bandido comprendió la necesida
ponerse en su. papel. Volvió de nue
- sonrisa á sus labios; colocó el di
en el sitio de donde lo había tomado
! clamó :
is e descuidado de Jossln!