22 | CARLOS SOLO
“La
cayó á lo largo de su rostro de color bron-
ceado.
La señorita Zezétte vió esta lágrima, y
saltando de su silla tomó la mano del viejo.
Te he pues:
—Zimbo, ¿por qué lloras? ¿
to triste ?
.,, El negro dió un suspiro y con voz. tan
dulce que parecía la de un niño, exclamó:
—Lezétte no me quiere y prefiere el ex-
tranjero que al que tiene mala cara.
Ella le sonríe, pero después de la sonrisa
vendrán las lágrimas.
Aterrada la jovencita miraba al negro
sin decir palabra. Este continuó:
—El extranjero la quiere mal mientras
que Zimbo morirá antes que hacer correr
una sola de sus. lágrimas.
El acento del viejo era tan sincero, su
expresión tan sencilla que Zezétte se con-
movió y saltó á su. cuello.
—Tú eres mi mejor amigo Zimbo, y yo
_te amo mucho. No quiero aceptar nada
del señor Blaisois; yo diré á papá que este
hombre es inicuo.
—No, Zesétte, no dirás nada al señor
Josselín, debes dejarme tiempo para cono-
cer sus verdaderas intenciones; debes...
La llegada del señor Josselin que venía
á buscar á su hija para acompañarlo á
una excursión al vecino «kraal», interrum-
pió el diálogo.
- Al terminar esta semana. el viejo catre
restablecido penetró en el despacho del se-
ñor Josselin.
- Algunos días antes le había relatado la
horrib le escena que se desarrolló entre los
Blackbaern; sin perjuicio de confirmar las
suposiciones del honrado colono, la his-
- toria de los latigazos aumentaron mucho el
_ Interés que él mostraba por la víctima.
Pero fiel á la promesa que había hecho,
el señor Josselin había evitado hacer alu-
sión á los diamantes que él crea en su
posesión.
Pensaba que t tarde 6 temprano, Zimbo
-—abordaría esta Slade y no se había en-
—gañado.
- Presentía que había sonado la hora de las
y confidencias. :
Con el gesto, invitó ok visitante á sentarse.
Veo con gusto, mi viejo amigo, que
- uestra robusta Dies. sa triunfado de,
mal. ¿En qué puedo seros útil aún?
El cafre miró pausadamente á su im
locutor.
—Señor Josselin yo os doy gracias pof
este título de amigo que os habéis digh
do. darme; sois sin duda el único hombi
de raza blanca que más cordial y sinc
mente haya tendido la mano á tuno de esto:
proscriptos negros que han: jurado aniquila
hasta el último de vuestros compatriota
Oh, yo sé que habéis dicho que yo
soy un negro como los otros, que en ot!
tiempo en que mi tribu formaba un rei
poderoso y próspero, franqueé los mar
para ir á desbastarme al contacto de vue:
tra civilización. Yo sé que queréis decirm
esto. Los otros de vuestra raza saben tam
bién que soy un negro civilizado y. hast
instruído. Estas consideraciones no las han
moderado, Me han desposeído de mi rel
no: han martirizado una par:ida de herma
nos míos á bayonetazos y herido á 1
otros vendiendo ese alcohol maldito que €%
el arma más terrible que poseen contr
NOSotros.
En la penumbra que reinaba en la ha
bitación, la .silueta del viejo negro part
cía agrandada, hablaba gesticulando, aco
pañando cada palabra de grandes gestos.
Estaba realmente majestuoso en este mor
mento, el viejo, hijo del desierto, y tl
señor Josselín le escuchaba silencioso cat
tivado por la extraña elocuencia de esté
negro dotado de manera extraordinaria Y
cuyo caracter contrastaba de manera tal
violenta con la abnegación de sus seme
Jjantes.
—Sí-—añadió el cafre—, los blancos e
pulsados de su país por otros blancos más
poderosos y más fuertes, se arrojaron $0-
bre el territorio. de mis antepasados, se pro-
dujo una lucha terrible y sin cuartel, lu-
cha que terminó por la destruccif 5n del vie
jo imperio de los cafres del cual quedo
yo como último vestigio, proscripto y en
tregado al odio del inhumano vencedor
No, señor Josselín, le repito que no porqué
el viejo Zimbo,sea un negro civilizado le
debéis conceder vuestra amistad: Sois una
excepción en medio de la multitud de lo
vuestros; vos nunca me habéis desprecia
%o, nunca me añ echado de vuestr