Full text: Tomo 1 (01)

o E j | CARDOS SOLO 
_dos rugidos, chillidos de mal augurio, si- 
niestros alaridos. 
Aquí y allá en las encrucijadas se de- 
jaban ver ojos flameantes; se percibían dis- 
tintamente silbidos y á veces caústicos olo- 
res llegaban á los exploradores. 
Instintivamente el señor Josselin armó. su 
carabina. Eo 
Zimbo, á quien las fieras asustaban me- 
nos que pe hombres, se decidió: á en- 
encender su antorcha cuyo resplandor ro- 
_Jizo iluminaba los viejos troncos. 
Al mismo tiempo algunos cruj jidos se per- 
cibieron bajo el arbolado. 
Eran los rugientes leones que. reñían 
arrastrándose en sus más profundos escon- 
drijos, 
Cuanto más avanzaban los exploradores 
más exuberante vegetación parecía. - 
La temperatura, fría en la montaña era 
aquí templada; olozes nauseabundos se ele- 
vaban del suelo: pegajoso donde se agi- 
taban infinidad de insectos y. reptiles. 
E TN espectáculo ' era á es vez urcioss 
y siniestro, 
Zimbo A habla á todo lo 
- que le rodeaba; con su andrajo de indiana 
“sobre las espaldas con e cuchi llo en una 
mano y la antorcha en la. otra, o 
sin volver la cabeza. 
¿Se le hubiera tomado por el diablo del 
- bosque que volvía á alguna misteriosa. ca- 
.'verna, : 
- bablemente uno de los dec anos. 
Hemos Hegado—dijo: 
El señor Josselin sintió que su Corazón. 
latía con A, A 
on a 
El tronco de ai pe de musgo, 
presentaba de trecho en trecho incisiones 
ql «brían escapado á cualquier. persona : 
Ona o se 7 de estas. in: 
o había. . demparecid « entre. la fo- > 
e, Cu | de una Logrsa dl 
quedó algunos instantes mudo. 
duró más que un minuto, 
hecha nudos vino á caer á los piés del señor 
Josselin. 
-—¡ Subid |-—exclamó. el negro. 
El colono obedeció. 
Algunos instantes después se halló al jado. 
de Zimbo, en el punto de intersección de 
las ramas, brazos gigantescos que formaban 
bajo éllos un largo quitasol de verdura 
Al mismo tiempo, el negro apartaba la. 
escala de cuerda para dejarla caer hasta 
sus piés. 
El señor Josselin comprobó entonces qee 
el tromico r oído por los siglos era hueco; vió 
desaparecer al negro en la cavidad y, se- 
guro de su invitación le siguió. . 
La cavidad era espaciosa. Como la part 
exterior, sús paredes estaban cubicrtas de 
musgo, Cuatro hombres hubieran podido 
estar allí y moverse á su gusto. A 
Zimbo deshojó con su cuchillo el fondo 
del hoyo. ( 
Bien presto puso 4 la vista un escondri- 
jo de tal modo disimulado que era impo- 
sible descubrirlo 'si la misma cavidad del 
tronco no fwese conocida. 
-—¡ Mirad !—exclamó. - Adi 
A su vez, el señor Josselin se bajó. 
Tuvo como un desvanecimiento. 
_Acababa de percibir, en montones, una 
“cantidad enorme de esos guijarros amari- 
rillentos que él sabía eran diamantes. 
A la claridad de la antorcha los diaman: 
, tes, bajo su capa terrosa habían por aquí 
d _ Pero de repente se did sde pie Pe un. * ] E dar 
RS: gigante, verdadero. colosó y pro-) 
y por allá esparcido sus reflejos. 
Se hubiera dicho que los rayos descu- 
brían por todos los sitios la: ad engañosa 
que los escondía. 
Arrodillado ante este tesoro, cuyo va 
lor parecía incalculable el señor Josselia 
Después cediendo á la. fascinación dió 
un grito ronco y metió los brazos hasta 
los codos en aquel montón de millones. 
Apoyado contra la pared, con la a 
torcha por encima de la cabeza, lo alto: del 
cuerp> medio escondido por el humo que 
se desprendía, Zimbo sonreía con sonrisa 
extraña. 
El desvaneci imiento - señor Josselin no 
se avergo 
de este. momento de flaqueza y se levan 
 
	        
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