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EPs brenj:— dia. — estoy “conten:o
le tl. : '
- NY mientras que los negros corrían esparcl-
«dos y se movían en la más grande confu.
:sión, pero incapacitados para organizar el
muunor SOCOrrO, el viejo cafre, “silencioso,
se sonreía por la puerta subalterna seguido
He Ta vigorosa negra.
Llegó. al llano, se detuvo un instante, 2chó
una larga mirada hacia la quinta quemada
y murmuró tristemente:
—;¡ Dentro de: una hora no quedarán lbs
aque cenizas!
Y apretó el paso,
Al cabo de diez minutos llegó al cer-
«cado de caballos donde se apoderó fácil-
mente de dos. soberbios jumentos, y les
«puso los arreos que había depositados en
este sitio algunos días antes,
Los magníficos animales muy dóciles :és-
«taban dispuestos 4 subvenir á la larga ca.
_rrera que iban á pedirles cuando Zezétte
Jespertó.
Miró alrededor de ella con pavor, reco-
«nociendo á Zimbo,
—¿Qué es esto? ¿Qué quiere decir el
«que yo esté aquí por la noche ?—preguntó,
En este momento el incendio comenzaba
4 teñir de púrpura el cielo, llamando .su
atención. ES
z —¡Zimbo! ipiabor ¡ nuestra casa se que:
ma | ¡Ah] ¡Dios mío! ¡Dios mío! y papá
A aque no: está aquí. ¡Es preciso que vuelva
seguida... en seguida!
—No Zezétte, no volveremos, Esos in-
fames han puesto fuego á la quinta. Bus-
Aca: también 4 la pequeña Zezétte para ha-
_cerle mal: por eso nOSotros. sat huir,
¿huir en seguida, E
Atontada, llena de les la «pobrecita
miraba (¿4 Zimbo y
e hablaba una. bb
-.Zimibo acababa
silla, Tendió el brazo y Paméla, le dió
la negra bo no
e ár la niña que tomó asiento delante de
é sosteniéndola. del brazo izquierdo mien-
ras. que con la mano derecha: sujetaba las
riendas.
—Sed prudente, pequeña Zezétte, sed pru- !
: dente; en seguida nos ge á reunir con
“nuestro ea
: Zezétte A
de iaa en la
las randes ojos abicnios 4 ua
CARLOS SOLO
raba con espanto las llamas que continua
bn su obra de devastación.
. —¡Qué desdicha!... ¡Qué desdicha ¡bal
buceó —¡¿Oh! ¡pobre pap: ¿Qué va
decir ? :
Paméla, también se había puesto en $
cabalgadura con una prontitud que hubie-
sen envidiado muchas amazonas.
—¡En marcha l—exclamó Zimbo. ”-
Y picando á su cabalgadura con el ex
tremo de su cuchillo, marchó al galope €
Li noche profunda, pd de cerca pol
Paméla,
Una hora después, las « a
el antiguo dominio del señor Josselín, BO :
parecía sino como un punto luminoso ' en
el lejano: horizonte.
J J j J
RE ls]
XI
Mientras que Zimbo, Paméla y Zezétl
huían en dirección al Este, el desarrollo
del fuego llegaba á su colmo en las «Ché
villettes», Ra
Alrededor de la quinta quemada los ne
gros se esparcían dando gritos y reclamé
ban la ayuda que sabían no debían
- perar de nadie, pues, aparte de el pab
llón de la mina de los Blackbaern, ning!
7
- ha casa no se hallaba á menos de cua
leguas de distancia.
De repente, los pobres diablos se E
_taron; en el resplandor proyectado por
“incendio acababan de distinguir 4 Jim.
Joe Blackbaern, al señor Blaisois y al pi
gro Swami.
Los negros temían como á la peste
los dueños de la mina y á su digno:
tramaestre; desde que. estaba en la
ta el vizconde no había conseguido Ml
ca captarse las simpatías de los: criad
pero era tanta la turbación de Psoe
acogieron al cuarteto como. á sus. a
rias
—¿Se han salvado los antsidie qu
dan en la quinta —preguntó. sl viacg
Nadie respondió. .
—¡Atajo de distros! Os quejáis. com
las mujeres, ahora que es preciso move!
¡manos á la obra! y que en cinco
tos estén todas las bestias fuera. de