CARLOS SOLO
La vieja tomó una bujía, la encendió y
se dirigió hacia la puerta, mientras que
Davis, ¡aprovechando esta ausencia mo-
mentánea, se apoderó de la botella de ron
y bebió grandes tragos hasta el golleta.
Persuadida que 3óo el señor de Blai-
sois podía presentarse tan tarde en el «cot-
tuge» abrió la puerta.
—¡ Entrad, señor!... A “decir verdad no
os esperábamos esti tarde y...
No acabó,
Dos sombras acababan de surgir y an-
tes que pudiese lanzar un grito, Betsy se
encontraba amordazada, reducida á la im-
potencia y ligada como un salchichón.
Los hombres de la agencia Fillmoze co-
nocían su oficio; y para emplear térmi-
no. técnicos, jamás policía alguna hizo
juna «captura» tan bien hecha.
Con el rostro contraído por una espan'o-
sa mueca, los ojos desencajados por el mie-
do, la vieja había quedado como un bulto
inerte, Ñ
Los siete hombres, á los cuales ¿c.baba
de unirse Ferdy, penetraron en la casa,
Simpson iba ¡al frente de ellos. :
—Por aquí—dijo éste último, entrando
en la cocina cuya puerta en! reabi: ra dej: l-
—bia pasar un rayo de luz.
_Los policías se lanzaron á ella, pero en
el momento en que entraban en la co-
cina la puerta se cerró y se oyó que una
llave rechinaba en la cerradura.
Los” atletas que puso á la disposición
-de el señor Donegal, la agencia Fillmose.
no se asustaron por tan poco.
Dos de ellos se apuntalaron y ejercie-
ron un vigoroso empuje: saltó la puerta.
PON tiempo, Davis, cerca. de la venta-
na abierta, inten: aba abrir las tablas rús-
e tin as.
Comprendiendo que no tendría. tiemp o
más que para “huir por este lado, echóse
por detrás de la puerta y pos. con su
-reyolver á los llegados.
—¡Atrás canallas! E primero que se
os es hombre muerto.
. Un obje:o pesado atravesó la cocina sl
bando y, con estruendo fué 4 herir el
rostro de Davis que se cubrió de sangre.
Era la e sa. as, TON, e de ds ai?
¡Acebo de
b:a, transformado en proyectil, y del cual
acababa de servirse con rara destreza.
Davis agitó los brazos y soltando el re-
vólver cayó ¡al suelo. de
A
Diez segundos despu/s, seguía la mis
suerte de Betsy.
—¡A la señorita Josselín ahora!--dijo el
señor Donegal. |
En menos tiempo que se necesita par2
escrib:rlo, los po!icías habían registrado to
das las habitaciones del piso bajo.
Subieron al primer piso,
—¡Aquí es!... ¡Detrás de esta puerta!
oir su voz!—dijo Gedeón.
no se necesitaron los .«sfuer
z09 de los policías para salvar el obstácu
lo, La llave estaba puesta en la cerra
dura, y el mismo escultor la hizo volver
Resonó un doble grito: los dos jóvenes
cayeron el uno en brazos del otro.
La señorita Montecris:o fué la primera
en desasírse, y como si hubiera cometido
una mala acción aceptando el beso fra
terral que el joven acababa de deposi
en su frente, enrojeció como una amapA
la y bajó los ojos,
Fl mismo Gedeón
su atrevimiento,
Cosa extraordinaria; el
reía,
Esta vez
quedó aturdido ant
Era que encontraba bella 4 la señoriti
Montecristo con el ves.ido masculino.
Y verdaderamente ¿ra muy justa la apre”
ciación del bravo yankee. di
Presas de interna emoción, los jóvenes
no tuvieron ni fuerza pS le place una
palabra,
—¡ Dios sea loado! | Estáis salvada—di
Geaeón con emocionada voz.
--¡Sí salvada cuando ya desesperaba
— ¡Cuánto habréis debido sufrir!
— He sufrido, amigo Gedeón, pero ¡qU
“son estos sufrimientos. comparados con
dicha de volveros 4 ver, y de estar. libre
La joven se detuvo y miró con graM
sorpresa toda la gente que había all
De repente Gedeón se golpeó la. frente
--¡ Qué ingrato he sido! 'La dicha m
- vuelve ego o/sta,
Tomó la mano del señor Donegal.
—Seforita Es permi 'tidme presentaro