Full text: Tomo 2 (02)

CARLOS SOLO 
La vieja tomó una bujía, la encendió y 
se dirigió hacia la puerta, mientras que 
Davis, ¡aprovechando esta ausencia mo- 
mentánea, se apoderó de la botella de ron 
y bebió grandes tragos hasta el golleta. 
Persuadida que 3óo el señor de Blai- 
sois podía presentarse tan tarde en el «cot- 
tuge» abrió la puerta. 
—¡ Entrad, señor!... A “decir verdad no 
os esperábamos esti tarde y... 
No acabó, 
Dos sombras acababan de surgir y an- 
tes que pudiese lanzar un grito, Betsy se 
encontraba amordazada, reducida á la im- 
potencia y ligada como un salchichón. 
Los hombres de la agencia Fillmoze co- 
nocían su oficio; y para emplear térmi- 
no. técnicos, jamás policía alguna hizo 
juna «captura» tan bien hecha. 
Con el rostro contraído por una espan'o- 
sa mueca, los ojos desencajados por el mie- 
do, la vieja había quedado como un bulto 
inerte, Ñ 
Los siete hombres, á los cuales ¿c.baba 
de unirse Ferdy, penetraron en la casa, 
Simpson iba ¡al frente de ellos. : 
—Por aquí—dijo éste último, entrando 
en la cocina cuya puerta en! reabi: ra dej: l- 
—bia pasar un rayo de luz. 
_Los policías se lanzaron á ella, pero en 
el momento en que entraban en la co- 
cina la puerta se cerró y se oyó que una 
llave rechinaba en la cerradura. 
Los” atletas que puso á la disposición 
-de el señor Donegal, la agencia Fillmose. 
no se asustaron por tan poco. 
Dos de ellos se apuntalaron y ejercie- 
ron un vigoroso empuje: saltó la puerta. 
PON tiempo, Davis, cerca. de la venta- 
na abierta, inten: aba abrir las tablas rús- 
e tin as. 
Comprendiendo que no tendría. tiemp o 
más que para “huir por este lado, echóse 
por detrás de la puerta y pos. con su 
-reyolver á los llegados. 
—¡Atrás canallas! E primero que se 
os es hombre muerto. 
. Un obje:o pesado atravesó la cocina sl 
bando y, con estruendo fué 4 herir el 
rostro de Davis que se cubrió de sangre. 
Era la e sa. as, TON, e de ds ai? 
¡Acebo de 
b:a, transformado en proyectil, y del cual 
acababa de servirse con rara destreza. 
Davis agitó los brazos y soltando el re- 
vólver cayó ¡al suelo. de 
A 
Diez segundos despu/s, seguía la mis 
suerte de Betsy. 
—¡A la señorita Josselín ahora!--dijo el 
señor Donegal. | 
En menos tiempo que se necesita par2 
escrib:rlo, los po!icías habían registrado to 
das las habitaciones del piso bajo. 
Subieron al primer piso, 
—¡Aquí es!... ¡Detrás de esta puerta! 
oir su voz!—dijo Gedeón. 
no se necesitaron los .«sfuer 
z09 de los policías para salvar el obstácu 
lo, La llave estaba puesta en la cerra 
dura, y el mismo escultor la hizo volver 
Resonó un doble grito: los dos jóvenes 
cayeron el uno en brazos del otro. 
La señorita Montecris:o fué la primera 
en desasírse, y como si hubiera cometido 
una mala acción aceptando el beso fra 
terral que el joven acababa de deposi 
en su frente, enrojeció como una amapA 
la y bajó los ojos, 
Fl mismo Gedeón 
su atrevimiento, 
Cosa extraordinaria; el 
reía, 
Esta vez 
quedó aturdido ant 
Era que encontraba bella 4 la señoriti 
Montecristo con el ves.ido masculino. 
Y verdaderamente ¿ra muy justa la apre” 
ciación del bravo yankee. di 
Presas de interna emoción, los jóvenes 
no tuvieron ni fuerza pS le place una 
palabra, 
—¡ Dios sea loado! | Estáis salvada—di 
Geaeón con emocionada voz. 
--¡Sí salvada cuando ya desesperaba 
— ¡Cuánto habréis debido sufrir! 
— He sufrido, amigo Gedeón, pero ¡qU 
“son estos sufrimientos. comparados con 
dicha de volveros 4 ver, y de estar. libre 
La joven se detuvo y miró con graM 
sorpresa toda la gente que había all 
De repente Gedeón se golpeó la. frente 
--¡ Qué ingrato he sido! 'La dicha m 
- vuelve ego o/sta, 
Tomó la mano del señor Donegal. 
—Seforita Es permi 'tidme presentaro 
 
	        
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