LA SEÑORITA
irigida por el mecánico John continuaría
eguramente esperando. :
Sería entonces muy fácil embarcar los
iamantes 4 bordo del «yacht» donde en
delante se encontrarían seguros y en dis-
Posición de tomar el camino de Francia,
Con este pensamiento, los corazones de
S compañeros de la señorita Montecr:sto
atieron más vivamente.
Volver á Francia, volver á ver la patria
espués de tantas aventuras!
Esta perspectiva los llenaba de una dulce
legría,
a La heroica defensa de los boers no es-
aba pronta á cesar y mucha sangre ha-
Ía aún de derramar para conseguir la li-
bertad; nuestros amigos estaban lejos de
Ho, pero ¿no habían expuesto veinte
€s sus vidas y no debían ante todo,
War á la señorita Josselín á Francia, sana
alva, puesto que así lo habían jurado
"padre moribundo ?
eyéron que no tenían derecho de in-
se de su juramento y que presentán-
€ luna ojcasión, deberían ocuparla.
: excepción del señor Donegal para el
a campaña era una parte de' gOce,
1 mismo pensamiento, pero ninguno
Óó de ello en el momento mismo.
mo siempre, los acontecimientos iban
ecidir qué partido debían tomar.
adie trataba de traducir su pensamiento
do Van Berkel volvió con más tara:
que nunca. :
iejo boer no fumaba; había dejado
garse su pipa, lo que significaba que
re9cupaciones habían tomado el más
Mbrío aspecto. E
Nh melindres puso la mano en de espalda
u veld cornet.
“¿No ois?—dijo. :
1 marqués de Keradec aplicó el etilo
percibió más que la melodía lejana
el cordeón y el concurso del viento en
.
Ojarasca de los árboles.
¡La Lira ¡La : Elan.
Ss la fusilería! 1158 baten en el Deste :
MONTECRISTO 61.
por el lado de Dundee! ¿No tenía yo ra-
zón, señor? Mis recelos no estaban bien»
fundados? Los ingleses han tenido noticia
del proyecto de Dewet y el paso está.
cerrado,
—¡Ha habido traición! y los regimientos
á que debíamos reunirnos han caído en
el lazo? ¿ Qué vamos á hacer?
—Partir sin demora.
Van Berkel y Kéradec recorrieron
campo sembrando alarma.
-En un cerrar de ojos cesaron los jue-
eb
= gos, y los hombres se volvieron sobre sus-
corvas de acero.
Cinco minutos después todo el mundo» | E
estaba dispuesto.
Iba la tropa á ponerse en marcha, cuan-
do dos jinetes, caballeros cubiertos de pol-
va con los costados de sus monturas e€n-
vueltas por una nuve de polvo, aparecies
ron en el claro.
—¡Orden del general! —exclamó uno Ln
ellos, ES
Van Berkel, Kéradec, el «Korporal» y
los veteranos que iban frente al capítulo;
se destacaron del ee y pde
á los correos, pus
Raramente vienen escritos los mensajes.
en el ejército boer: á fuerza de compatrio- -
tas de confianza los trasmiten entre sí ver+
balmente lo que es mucho más rápido. Yon
más seguro, |
Este era el caso entonces.
Los correos dijeron 4 Van Berkel que
“cuatro regimientos se habían concentrado
la víspera bajo las órdenes de Dewet: em
Dinkfontein, lugar situado á cuarenta mi
llas al Oeste y cuyos habitantes se estima+
ban enteramente adictos á la causa de a
LEA o e,
Pero se habían hallado entre elias cda
A gunos. «traidores encargados de llevar víve-
res para la columna, le habían dado el
aviso y para. demostrar su lealtad, acaso
también, para ganar Jo ofrecido, habían:
EN comio yO egin Van Berkel. tas EE! guarnición de Dundes
Los ingleses A en: obra asi
prender los regimie
sequible general
, era: 2 pra