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inglés, con el acento más sosegado que
me fué dable:
—Le contaba á la señorita cuanto me
ha encantado siempre Calcot. Adoro la
caza de la zorra, aunque mis hiperbóli-
cos amigos supongau que soy un cos-
mopolita á quien no es dado holgarse
con ese deporte esencialmente inglés.
— Habla el italiano como un per-
fecto italiano—declaró Dora que., sin
resultado, se había esforzado en pene-
trar el misterio de nuestro coloquio.
Acaso había leído en la expresión de
nuestras fisonomías que nuestras pala-
bras eran graves y decisivas.
—El señor Markham habla esta len-
gua tan bien como yo. Tiene un acento
exquisito. Es el primer inglés 4 quíen
haya oído hablar el italiano con tal
destreza y facilidad—aseguró Paolipa.
—Por Dios, señorita —exclamé riendo
" —he vivido quince años en Toscana, y
hablé el italiano antes que el inglés.
De esta suerte intentábamos ocultar
á nuestros oyentes el tema de nuestra
conversación. >
Diez minutos más tarde, Paoli emi-
tió con la mayor dexteridad la idea de
reunirnos á Wentworth y Walter.
Cuando nos hallamos solos, al atravesar
el hall, se las compuso para murmurar.
á mi oído con voz muy queda;
. —¿Por qué no tiene conflanza en mí,