o EE MACS
Tienen un nombre tan bárbaro que se desespera uno...
—Olutarias o “trepang”—apuntó el capitán.
—¡Eso! Oleo... olo... Es que se me enreda la lengua
con esos nombres tan enrevesados... Pero ya lo dijo el
capitán por mí. Ibamos a buscar... esos moluscos, y bien
o mal, llegamos a la costa australiana, y a los dos meses
habíamos hecho una carga completa de ellos. Largamos
velas hacia el Norte, impacientes mis camaradas de vol-
ver a contemplar las cúpulas y techos de ramas de su
Cantón, y yo, deseoso de despedirme de su poco agradable
compañía y abandonar aquel cascarón.
Estábamos cerca del Estrecho de Torres y nos dispo-
níamos a embocar aquel peligroso paso, cuando vi al ca-
pitán encorvarse varias veces por la popa, haciendo ges-
tos rarísimos. Le interrogué sorprendido y curioso; pero
no era tarea fácil entenderle y no pude comprender nada
de lo que me dijo. Sin embargo, por instinto me dí cuenta
de que algo grave había sucedido o iba a suceder.
”Con efecto, al anochecer, nuestro junco, que era bas-
tante buen velero, comenzó poco a poco a amenguar en su
marcha como el barco de que os hablaba anoche.
”Para averiguar lo que pasaba, me dirigí al capitán, que
estaba sentado a popa, y él me contestó con un gesto que pa-
recía decir:
—”Esperemos. Yo no puedo evitarlo.
”Volvime hacia mis compañeros y todos me respon-
- dían con gestos semejantes. ¿Sabían el motivo o no? Lo
Ignoro en absoluto.
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Entretanto el junco andaba cada vez más despacio.
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Sentía bajo la carena cierto rumor que no me hacía mal-
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