Full text: El lord de la máscara verde

  
  
  
  
  
  
  
EL LOND> DE La 
:/ 
El aire le trajo el débil eco de las 
cornetas de un regimiento de dragones, 
que se veía a lo lejos. 
Eblis sonrió. 
El sonido de las cornetas se debilitó. 
Miró un momento. 
—i¡Los dragones se alejan!—dijo Su- 
sana, que estaba a su lado. 
—¡Eh, caramba! Bien lo veo — mur- 
muró, —y no me gusta más que a me- 
dias. Me habrían sido muy útiles para 
el caso, aunque tengo necesidad de to- 
mar mis precauciones puesto que, hasta 
nueva orden soy, para el general inglés, 
Carot de Estrange, un traidor, un espía, 
y, a más, un prisionero evadido... Á no 
ser que se sepa ya la verdad, y que 
Carot esté en manos de Pitt. 
Se mordió los labios. 
—i¡ Tonto! ¡Carot en manos de Pitt...! 
Vamos, vamos... No ha llegado aún a 
Londres. Le conozco demasiado para 
creerle tan bobalicón, arriesgándose a se- 
mejante entrevista... En su lugar, haría 
yo lo mismo... ¡Diablo! Es enojoso ser 
Carot... Y yo soy Carot, para los sol- 
dados ingleses, hasta nueva orden... 
Inquieto, Eblis paseaba por la habi- 
tación, buscando cómo podría apoderarse 
del dinero encontrado por Rump y Poole, 
y deshacerse de ellos. 
Su rostro se iluminó. 
Una satánica sonrisa vagó por sus la- 
bios. 
—Ya lo he encontrado. Mis buenos 
amigos, los soldados ingleses, van a ser- 
—virme, sin duda. No creo mala mi idea, 
pues estoy seguro de que estos tunantes 
quieren aún menos que yo encontrarse 
en presencia de los soldados. de su Muy 
Graciosa Majestad. 
Fué hacia una pequeña puerta, disi- 
=mulada bajo las pinturas, que se encon- 
traba al pie de su cama. 
Abrióla, y se aseguró de que el pe- 
  
  
MASCARA VERDE 183 
queño cuarto, al que daba acceso, no 
tenía otra salida, 
—Me he preguntado siempre para qué 
podía servir este gabinete oscuro—dijo 
a Susana.—Ahora veo su utilidad. Vas 
a entrar en él, y estar quieta y callada 
hasta que yo vaya a buscarte. Pase lo 
que pase aquí, oigas lo que oigas, te 
mando, Susana, que no te muevas, no 
revelando tu presencia aunque te parez- 
ca que corra peligro mi vida. Creyendo 
salvarme, nos perderíamos los dos, sin 
remedio. Entra, y, sobre todo, amor mío, 
¡silencio! 
Susana, intrigada, pero no atreviéndose 
a interrogarle, entró. : 
Tal era el ascendiente que tenía so- 
bre ella, que le obedecía sin pensar nun- 
ca en pedirle la más pequeña explica- 
ción. 
Pero Eblis, que no tenía confianza en 
nadie, para estar bien seguro de que Su- 
sana no infringiría sus órdenes, dió una 
vuelta a la llave y se la metió en el 
bolsillo. i 
Hecho esto, se dirigió a un pequeño 
secreter y sacó una hoja de papel, ejer- 
citándose, durante algunos minutos, en imi- 
tar los rasgos de una escritura que le 
era conocida. 
Cuando estuva satisfecho de sus resul- 
tados, rompió la hoja de papel que había 
servido para sus ensayos de caligrafía, 
y con pulso seguro escribió algunas lí- 
neas sobre una nueva hoja, contemplando 
su obra con admiración. 
—¡Por mi fe, que Screbs mismo ju- 
raría que está escrito por mano suya! De- 
safío a quienquiera que sea, a que se 
atreva a negar que estas líneas no son 
trazadas por el capitán Screbs... Mi puño 
es aún vigoroso, mi pensamiento perma- 
nece siempre tan lúcido, mi espíritu con- 
serva su inventiva... Acabemos con esos 
dos tunantes, y después, a Carot... 
  
  
  
  
  
 
	        
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