Full text: El lord de la máscara verde

  
184 LA E L 
' Reflexionó un momento. 
—Si Rump me hubiera servido para 
mis proyectos, habría valido más. Pero 
el bellaco es ahora rico, y no querrá pen- 
sar más que en su cabeza; tanto peor 
para él... Se consolará, pensando que no 
hago mal uso del tesoro de Rutland, 
Oyó pasos en el corredor. 
—¡Ah! ¡Ah! Mis dos bandidos vie- 
nen juntos... Mejor... Así me evitarán 
una doble explicación... 
Eran, en efecto, Rump y Poole, que 
iban a verle. 
Los dos llevaban los vestidos en des- 
orden. 
Rump estaba cubierto de sudor. 
Poole, que entró detrás, lanzó una mi- 
rada de sorpresa. 
—Si—dijo Eblis, con una sonrisa cor- 
dial, —Susana ha salido del castillo hace 
un buen rato... Una diligencia apremian- 
te... Una comisión urgente... ¿No ha- 
béis oído el galope de su caballo? 
—A fe mía, no me he fijado—dijo' 
Poole.—¿Pero, qué eran esas cornetas 
que me ha parecido oir? ¿Me he equi- 
vocado ? 
—No, no — contestó Eblis; —- son 
las cornetas del regimiento de dragones 
que manda mu buen amigo el coronel 
“Graham... Una bellísima persona... 
—¡ Hum! Dragones, soldados en los 
alrededores — masculló Rump. — No 
me gusta mucho eso. 
Poole no dijo nada, pero hizo una 
mueca muy significativa. | 
- —¡Bah! — dijo” Eblis. — ¿Oué te- 
néis que temer de los soldados? De 
todas maneras, os lo repito, el coronel 
es uno de mis amigos... Pero, sentaos... 
os lo ruego... Esta visita parece indi- 
carme que tenéis alguna cosa interesante 
que decirme... Hablad, amigos; soy todo 
oídos. Ad 
Rump se apoyó en una silla, con aire 
CORT 
o PARE LDAS 
turbado, y se secó la frente, pareciendo. 
buscar las palabras. 
Poole se había dejado caer cerca de 
Rump, dándole violentos golpes con el 
codo, exhoriándole a que tomara la pa- 
labra. : 
Eblis reía para sus adentros, viendo la 
turbación de los dos miserables. 
—Veamos — dijo, — veamos... ¿Qué 
pasa? ¿Os debo ayudar yo a que con- 
feséis el motivo de vuestra “visita? Sé 
dónde os aprieta el zapato. Es triste, 
para dos hombres honrados, tener que 
decir que renunciais a una empresa que 
parece incierta, porque se es rico, y se 
aspira al reposo y a la vida tranquila. 
¿Qué «cosa más natural,' sin embargo? 
El capitán Screbs ha muerto; vosotros 
empezáis a temerlo, ¿no es verdad...? 
Y os decís: «¿Para qué perder el tiem- 
po en pesquisas inútiles, para qué bus- 
car a sus asesinos, que están lejos de 
aquí, en Francia, o en otra parte?» ¿No 
es esto lo que teníais que decirme? 
—Sí — confesó Rump, aliviado; — 
es la verdad. Nos reímos de Screbs, 
ahora que somos ricos. 
XXI 
Eblis suprime a Rump y a 
Poole 
Eblis no pestañeó. 
—¿Ricos? ¡Ah! Susana me ha ha- 
blado, en efecto, de un pequeño tesoro 
que habéis descubierto en el subterrá- 
NO... 
  
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