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' Reflexionó un momento.
—Si Rump me hubiera servido para
mis proyectos, habría valido más. Pero
el bellaco es ahora rico, y no querrá pen-
sar más que en su cabeza; tanto peor
para él... Se consolará, pensando que no
hago mal uso del tesoro de Rutland,
Oyó pasos en el corredor.
—¡Ah! ¡Ah! Mis dos bandidos vie-
nen juntos... Mejor... Así me evitarán
una doble explicación...
Eran, en efecto, Rump y Poole, que
iban a verle.
Los dos llevaban los vestidos en des-
orden.
Rump estaba cubierto de sudor.
Poole, que entró detrás, lanzó una mi-
rada de sorpresa.
—Si—dijo Eblis, con una sonrisa cor-
dial, —Susana ha salido del castillo hace
un buen rato... Una diligencia apremian-
te... Una comisión urgente... ¿No ha-
béis oído el galope de su caballo?
—A fe mía, no me he fijado—dijo'
Poole.—¿Pero, qué eran esas cornetas
que me ha parecido oir? ¿Me he equi-
vocado ?
—No, no — contestó Eblis; —- son
las cornetas del regimiento de dragones
que manda mu buen amigo el coronel
“Graham... Una bellísima persona...
—¡ Hum! Dragones, soldados en los
alrededores — masculló Rump. — No
me gusta mucho eso.
Poole no dijo nada, pero hizo una
mueca muy significativa. |
- —¡Bah! — dijo” Eblis. — ¿Oué te-
néis que temer de los soldados? De
todas maneras, os lo repito, el coronel
es uno de mis amigos... Pero, sentaos...
os lo ruego... Esta visita parece indi-
carme que tenéis alguna cosa interesante
que decirme... Hablad, amigos; soy todo
oídos. Ad
Rump se apoyó en una silla, con aire
CORT
o PARE LDAS
turbado, y se secó la frente, pareciendo.
buscar las palabras.
Poole se había dejado caer cerca de
Rump, dándole violentos golpes con el
codo, exhoriándole a que tomara la pa-
labra. :
Eblis reía para sus adentros, viendo la
turbación de los dos miserables.
—Veamos — dijo, — veamos... ¿Qué
pasa? ¿Os debo ayudar yo a que con-
feséis el motivo de vuestra “visita? Sé
dónde os aprieta el zapato. Es triste,
para dos hombres honrados, tener que
decir que renunciais a una empresa que
parece incierta, porque se es rico, y se
aspira al reposo y a la vida tranquila.
¿Qué «cosa más natural,' sin embargo?
El capitán Screbs ha muerto; vosotros
empezáis a temerlo, ¿no es verdad...?
Y os decís: «¿Para qué perder el tiem-
po en pesquisas inútiles, para qué bus-
car a sus asesinos, que están lejos de
aquí, en Francia, o en otra parte?» ¿No
es esto lo que teníais que decirme?
—Sí — confesó Rump, aliviado; —
es la verdad. Nos reímos de Screbs,
ahora que somos ricos.
XXI
Eblis suprime a Rump y a
Poole
Eblis no pestañeó.
—¿Ricos? ¡Ah! Susana me ha ha-
blado, en efecto, de un pequeño tesoro
que habéis descubierto en el subterrá-
NO...
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