EL CRIMEN Y EL CRIMINAL 87
No bien hube abandonado el restaurant Danby, tro-
pecé con el canalla de mi hermano, encuentro que á los
dos nos hizo poca gracia; pero, como hacía dos años
lo menos que no nos habíamos visto, me creí en el caso
de recibirle fraternalmente.
Le encontré abatido, deteriorado, y, como siempre,
envuelto en un sobretodo mugriento y haraposo, con
los insustituíbles adornos de astracán, imitación. '
—Veo—le dije, —que no estás en la cárcel.
—No; no estoy en la cárcel.
—Hará poco que has salido... ¿No estás en camino
de visitarla de nuevo?
—No, mi querido Reginaldo, como no sea para ir á
verte en ella. ,
Mi hermano Alejandro era muy cínico, aunque no
lo parecía.
—Parece que estás en fondos—le dije sonriendo.—
¿Me permitirás te pregunte los medios de que te vales
para acrecentar tu fortuna?
Por vía de preámbulo, sacó de su bolsillo un pañue-
lo de seda muy viejo, llevándoselo á la nariz. Era el
hombre de los ia. hasta para robar una car-
tera los usaba.
—No creo—dijo—que te importe gran cosa, mi que-
rido hermano, lo que yo pueda hacer; pero no tengo
inconveniente en decirte, en confianza, que estoy con-
sagrado, en la actualidad, al descubrimiento del cri-
men.
—; De cuál ?—dije, riendo anto lo cómico de la idea.
—Al descubrimiento del crimen, en general. Soy de-
tective privado, pero en gran escala, ¿sabes ?
—¡ Eres el mismo demonio! ¡ Eso es cosa nueva!
—Y tú... ¿puedo preguntar á qué te dedicas ?
Quedé mirándole de hito en hito, y le dije :
—En'este momento á hablar contigo.
—No está mal—dijo sonriente, —pero siento que te
satisfaga demasiado tu ocupación, porque habré de in-
terrumpirla. Tengo el tiempo medido, y me voy á es-