Full text: Bandidos aristócratas

EL SELLO ROJO 
la posibilidad de que el coronel 
- [Harbin hubiera hecho alguna de- 
mostración de enojo que podría ha- 
berse convertido en disputa. Como 
no pudo pensar en otra cosa, Re- 
ginaldo se vió obligado a aceptar 
como correcta aquella explicación. 
- Explicada más tarde por aconte- 
cimientos sucesivos, la escena de la 
antecámara de Whitehall acudió a 
la imaginación del teniente desta- 
cándose en sus recuerdos como un 
camafeo, viendo de nuevo aquel 
semblante enérgico excitado por el 
- frenesí de una pasión violenta, bri- 
- Jlando al débil reflejo de las lám- 
paras pendientes del techo, y oyen- 
do la voz fuerte, sofocada, anun- 
ciando lo que había de ocurrir pri- 
mero a todos los habitantes del Oc- 
cidente, con la sanción del Rey, y 
después a cuantos se cruzaran en el 
camino de Jeffreys. 
A la sazón todo esto hervía en 
la mente de Reginaldo, compren- 
diendo sólo que se avecinaba una 
crisis inminente en la vida de la na- 
ción y en la suya propia y que por 
una u otra causa se había creado un 
enemigo que se levantaba contra él, 
pronto a herirle sin escrúpulo al- 
guno, 
 
	        
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